25 junio 2007

Tengo un premio


El querido Lagarto me lo ha concedido. Se llama, al parecer, Thinking blogger award, se concede a los blogs que hacen pensar y es, tal como están pensando, un meme.

Se trata de enlazar cinco blogs elegidos por tener esa cualidad, es decir, hacerle pensar a uno. Se supone que además hay que enlazar el blog que te ha otorgado el premio y también añadir la imagen del premio en cuestión.

Esto, como podréis comprender, me llena de orgullo y satisfacción. Me encanta decir obviedades.

Ahora debo ir con los míos. Algunos los tenéis ahí abajo, a la derecha. Otros, todavía no, incluso es probable que no estén nunca. Pa qué.

Se supone que los premiados deben hacer lo mismo, etcétera, etcétera. No hace falta decir que no hace falta.

El problema de estas listas es que son endogámicas. El lagarto me ha dejado sin poder decir tres que ha dicho él (más el suyo propio, claro) y yo haré lo mismo con los subsiguientes casi seguro, aunque voy a intentar dejarles un par libres. Para ello, enlazaré dos blogs de esos de cientos de miles de visitas, cuyos autores, huelga decirlo, no me leen, ni conocen mi existencia, ni falta que les hace. Si por esas cosas de las páginas de estadísticas llegaran hasta aquí, les pido disculpas.

And the Thinking Blogger Awards go to:

El señor Otis B. Driftwood. Me hace pensar con su sentido del humor, su inteligencia, su modo de quedarse fuera de las ventanas y atisbar. Le doy el premio por su inquebrantable fe en el ser humano, que le hace indignarse por las cosas más "ya, así es, menuda novedad", por sus gustos cinematográficos, escandalosamente parecidos a los míos, por su espléndida segunda casa, por su exquisita educación y por su buen gusto general (apreciación esta última que no tiene nada que ver con la previa consideración de que su gusto se parece al mío, por supuesto).

El señor Fanshawe. Me hace pensar con su sensibilidad, con la forma que tiene de enfrentarse a la vida y sus vaivenes, con su capacidad de observación de lo cotidiano, con el modo en que sabe provocar escalofríos contando lo que le provoca escalofríos a él. Le doy el premio por lo distinto que es a lo que soy yo y porque siempre me hace mirar las cosas de otra manera.

El señor Jaime, de La decadencia del ingenio. Me hace pensar con las mismas ideas absurdas con las que me hace reír, cosa muy difícil en los tiempos que corren. Le doy el premio por delirante y surrealista. Porque da en el clavo.

El señor Hernán Casciari. Me hace pensar en que otra tele es posible, porque ve la tele como la veo yo. Le doy el premio por considerar el p2p un derecho humano y por escribir de puta madre.

El señor Vigalondo. Me hace pensar porque piensa. Le doy el premio porque es muy friki, porque me ha demostrado cómo cambia un blog solo por el hecho de ser leído por una cantidad considerable de personas, pero cómo puede no cambiar el que lo escribe, o cómo lo escribe, o incluso, cuestión que parece una paradoja, pero no lo es, para quién lo escribe. El arte de mirarse el ombligo y sin embargo, conseguirlo.

No hay más. Sé que no hay chicas. Estoy en contra de la paridad en todas sus manifestaciones.

Chicas, sabéis que os quiero.

(Pd.: No preguntéis. Todavía queda mucho camino. No quiero hablar de eso.)

20 junio 2007

Break

Quedan dos días. Cada minuto que pasa voy sintiendo más los latidos del corazón, el dolor de barriga, el estómago cerrado, las ganas de fumar.

He decidido cerrar las ventanas unos días, centrarme. Recogerme un poco, evitar tanto las distracciones como las conversaciones sobre el tema, al menos en la medida de lo posible. Eso incluye, entre otras cosas, dejar en silencio el teléfono y apagar el ordenador.

Nos vemos la semana que viene.

18 junio 2007

Qué va, yo no estoy nerviosa

Como chocolate en el postre, en la merienda y en la cena. Y después otro trocito. Y he aumentado el consumo de cigarrillos a un paquete diario, es decir, casi el doble de lo normal.

Cuando llega la hora de irse a dormir, se me ocurren cien cosas inútiles que hacer: revisar el correo, mirar los comentarios del blog, ver un rato más la tele, lavar la cafetera, charlar con un ligue virtual. El caso es que al final no me acuesto hasta las dos. Y sin sensación de sueño. Aunque luego me quedo como un tronco.

Mientras duermo, sueño las historias más absurdas. En sueños me acuerdo de gente que durante la vigilia nunca se pasa por mi conciencia. Señoras del Orfeón, personas que hace tiempo no veo, mi hermana, gente inventada.

Cuando suena el despertador por la mañana, siento su sonido como una tortura. Lo apago y me duermo. Suena. Lo apago y me duermo. Suena. Lo apago y me duermo. Suena. Lo apago y me duermo. Deja de sonar. Entonces me despierto. Doy vueltas en la cama un cuarto de hora. Escucho la lluvia al otro lado de la ventana. Ya no tengo ganas ni de cagarme en dios por la puta lluvia. Hay una especie de resignación. Otro día nublado, pues bueno.

Me levanto, desayuno, me siento delante del ordenador. Otra vez a revisar el correo (no hay nada). A buscar respuestas a los comentarios o blogs que hayan sido actualizados (tampoco hay nada). A mirar el tiempo en terra (va a seguir nublado sine die).

Busco dos o tres palabras en el diccionario. La más friki de hoy, por el momento, es la reflexión sobre el uso reflexivo (perdón) del verbo leer. Ese invento de "el libro que me estoy leyendo", "una vez me leí un libro", "ese no me lo he leído", "léetelo, que mola". Pienso que los que usan ese reflexivo no han leído un libro (de verdad) en su puta vida. Y después me pregunto si yo misma no lo habré usado alguna vez.

Por fin abro la programación. Tengo que repasarla y traducirla a gallego. ¿Que por qué no escribo en gallego? Porque no es mi idioma materno. En gallego no sé expresarme. Y por una especie de rebeldía imbécil. Vale, tú me obligas y yo lo hago. Pero lo hago como me salga de los cojones. Y si meto morcillas, metidas quedan. Ahora que nadie me diga, por favor, que no me obligan. Hay muchas formas de obligar.

Y al tercer párrafo (la página de la Universidad de Vigo ayuda, pero se carga el formato, no sé qué será más laborioso), me canso. Abro el bloc de notas, que para estas cosas es más ágil que el word, total qué más da, y escribo esta chorrada.

Es verdad, no estoy nerviosa. Estoy descentrada, desmotivada, aburrida y con ganas de que acabe de una puta vez.

Pero hoy es martes. Y mañana, miércoles. Y pasado, jueves, que ya está ahí. Y el día siguiente me voy a Lugo. Ay. Que no estoy nerviosa, coño. Lo que estoy es acojonada.

17 junio 2007

Tarde de deportes dominguera con agujetas y resaca

Yo no sé nada de Fórmula 1, pero la pinta que me da es que Hamilton es la niña bonita de McLaren. Tengo la sensación de que en la escudería eligieron a Alonso por dos motivos: el primero, cubrirse las espaldas, por si las moscas; el segundo, azuzar a Hamilton, espolearle, motivarle para que llegara pronto a lo que estaba destinado a ser.

Es un buen piloto, probablemente mejor que Fernando, y necesitaba tal vez solo una cosa para ser un campeón: creer que era posible. No hay mejor forma de creer que es posible ser un campeón que desayunar con uno por las mañanas. Sobre todo si tienes talento, y Hamilton lo tiene a espuertas. Eso y el típico padre con un ojo siempre en su nuca, me dan escalofríos cuando veo a esos padres detrás de los niños triunfadores. Pero Lewis ya no es un niño.

Fernando Alonso ha nacido para estrella y en McLaren no va a seguir siéndolo, al menos no en la medida en que lo fue con Renault.

Lo que sí es cierto es que la escudería está bien blindada: tiene dos seguros a todo riesgo. Con esos dos portentos tienen garantizadas la competitividad y el espectáculo. Y casi también el mundial de pilotos y, por supuesto, el de fabricantes.

Pero cambiemos de asunto (siempre he querido usar esta frase). Yo soy una de esos madridistas asquerosos que se cagan en los pijos cuando pierden y dicen con amargura que les está bien empleado. Apenas he seguido la liga esta temporada, del mosqueo que tenía de años anteriores. Pero claro, a medida que se iba acercando el final y la cosa se ponía más y más interesante, me iba quedando yo también con la copla. En fin, que hoy estoy contenta.

¡Alirón! :)

15 junio 2007

Más cajones

No tienen precio muchas veces las frases que oyes a la gente por la calle, en los bares, en las tiendas, en el autobús, en la tele... Algunas veces solo me río. Otras veces me río y las apunto. Fanshawe tiene una sección que se llama Oído al pasar que ya es herencia de otra gente y que, dicho sea de paso, es una lástima que no utilice más a menudo, con la capacidad de observación que tiene.

El caso es que siempre me ha gustado esa categoría, así que hoy y aquí estreno yo la mía. Se llamará, para que no se note mucho el plagio, Al vuelo, y usaré para bautizarme una simple pero contundente frase que le dijo la empleada del bar de enfrente a su jefe en una leve discusión sobre una fuga de agua:

Yo sí te entiendo, pero tú no me entiendes a mí tampoco.

(¿En qué quedamos?)

Queda inaugurado este pantano.

14 junio 2007

Flaccidez

El otro día, hablando con una compañera de trabajo que tiene más o menos mi edad (aunque sus circunstancias son otras: funcionaria, esposa y madre, nada más lejos de mi situación e incluso de mi plan de vida, para bien o para mal), ella mencionó la palabra "flaccidez". Para evitar malentendidos, añadiré que se refería a su propio cuerpo: a su culo, a sus tetas, a la piel de su cara.

Yo me quedé un poco boquiabierta. Procuré que fuera por dentro, claro. Por fuera le dije que no pensara en zarandajas, que estaba estupenda (porque es verdad) y que al fin y al cabo, los veinte hace un tiempo que pasaron. Jamás había pensado en semejante concepto aplicado a mí misma. Era un tema que no podía estar más lejos de mis preocupaciones, las diarias y de andar por casa y más de las profundas y trascendentes.

Pero la semilla de la palabra flaccidez dejó por ahí un rastro invisible, y ahora me sorprendo espiando los reflejos (en los bares, en las ventanas al pasar, en la pantalla del ordenador, incluso en los escaparates, y odio con toda mi alma mirarme en los escaparates) y buscando los estragos de los años en mi piel.

Lo malo es que los encuentro.

Ayer comentaba esto mismo, más o menos, con otra compañera (no usé la palabra flaccidez, parece de anuncio de cremas, es horrible, pero dije, más o menos, "me veo más vieja"). Esta compañera, ya amiga, tiene algo más en común conmigo que la otra (una falta definitiva y desoladora de metas, una ignorancia absoluta sobre lo que ocurrirá mañana, una insatisfacción permanente) y me miraba con la misma cara de alucine con la que probablemente miré yo a la causante de esta debacle. Concluimos que puede ser por el contacto diario con chavales y chavalas de veintipocos. Nosotras, que seguimos viéndonos como siempre nos hemos visto, con veintiesos mismos, recién puestas en el mundo, parecemos haber obviado todo lo que hemos vivido entre entonces y ahora, no obviado en el sentido de la experiencia, sino en el del tiempo pasado mientras tanto. Y nos cuesta darnos cuenta de que ya no se cumplen treinta. Ni treinta y uno. Ni treinta y dos. Ni… Que son horas de establecerse, de hacer cosas sabiendo que son definitivas, de irse dando cuenta de que, recurramos al tópico, los años pasan cada vez más rápido (nunca terminaba de creerme esto cuando me lo decían).

Y no sé. Estoy segura de que es porque estos días ando preocupada con lo de la oposición. Si apruebas, tienes la vida relativamente resuelta. Si suspendes, y más en este extraño caso nuestro en el que las interinidades apenas sí existen, vuelves a empezar, a preguntarte qué vas a hacer cuando acabe el verano. Y, por otra parte, esa chica joven que vive por dentro (por debajo de la flaccidez), independiente y contestataria también dice, bueno, K, si apruebas ya sabes lo que harás el resto de tu vida; y si suspendes, todas las posibilidades siguen abiertas. Todavía intenta engañarme con la cantinela de la libertad.

Supongo que es uno de esos "momentos de la vida", por los que todo el mundo pasa, la crisis de los treinta y tres o algo así. Ya no tengo edad para muchas cosas. Y me siento demasiado joven para muchas otras. Mientras tanto, suena de fondo el tic tac de un reloj, ahí en la repisa sobre la tele. Es desesperante llevar tanto tiempo en el mismo punto. Pero, al mismo tiempo, ahí seguimos, ¿no?

Luchando.

(Pd para frikis de las palabras: el diccionario de la Academia dice cuando buscas flaccidez que flacidez, que realmente suena más colgante y laxo todavía, pero yo lo pronuncio con dos ces y me cuesta mucho trabajo escribirlo solo con una…)

11 junio 2007

Otro icono sexual

No hay palabras que yo pueda decir. Escuchad éstas en su voz:



Y aquí, su mirada:



(No sé lo que me pasa últimamente, cuento con vuestra indulgencia y vuestra comprensión...)

09 junio 2007

Una película pequeña

Hace unos cuatro años, cuando era socia del Círculo de Lectores, tuve que comprar un libro sin querer. Tocaba hacer la compra bimensual y ninguno de los libros que me ofrecía aquel catálogo era de mi interés. Así que me fui a la página en la que aparecían los libros que están a punto de ser descatalogados y elegí uno en cuya portada aparecían las fotos de Kevin Spacey y Julianne Moore. Al parecer, rezaba el texto publicitario o reseña que había debajo de la foto, era la novela en que se había basado la película Atando cabos, que yo no había visto. Pero me gusta Kevin Spacey y me gusta mucho Julianne Moore, y el libro no era caro, y había que elegir alguno, así que elegí aquel. El resto de la reseña hablaba de un hombre cuya vida estaba desestructurada y que volvía a la tierra de sus antepasados, en busca de sí mismo. El tema me pareció interesante. Cómo un pasado que desconocemos puede influir sobre nosotros y ayudarnos a construir un presente y un futuro, y cómo las personas miramos atrás en busca de nuestra memoria o para entender a la persona que somos.

Cuando el libro llegó a mis manos y como suele suceder, me encontré con una pequeña sorpresa. Para empezar (y para variar), el personaje descrito en la novela no podía tener un físico más diferente al de Spacey:

"Un cuerpo como una rebanada de pan mojado. A los seis años pesaba casi cuarenta kilos. A los dieciséis estaba enterrado bajo una gran masa de carne. Su cabeza tenía forma de pepino, carecía de cuello, tenía un pelo rojizo encañonado en la parte de atrás. Unos rasgos que formaban un racimo como yemas de dedos que se besan. Ojos de color de plástico. La barbilla monstruosa, una superficie rarísima saliéndole de la parte baja de la cara."

Y pensé que no me iba a gustar, pero seguí leyendo, porque por el momento me estaba gustando. Saqué muchas frases de aquella novela. He sacado muchas frases en las sucesivas relecturas, porque es de esas novelas que se dejan releer con gusto, de esas novelas que parecen escritas para ser releídas.

Es una historia sencilla y pequeña, sin pretensiones ni aspavientos, que ganó el premio Pulitzer en el año 1994. Fue adaptada para el cine y para estas dos estrellas en 2001 (y esto de las estrellas en las pelis made in Hollywood siempre me recuerda a Bruce Willis y Julia Roberts haciendo de sí mismos en El juego de Hollywood, de Robert Altman).

Tardé mucho tiempo en ver la película, en realidad nunca la busqué. Una vez me la encontré en televisión y quise saber qué habían hecho con Quoyle y su historia, con las expectativas reducidas al mínimo, y de nuevo me llevé una sorpresa. Porque Lasse Halström, un director cuyas adaptaciones, entendí entonces, suelen merecer la pena, había respetado intacto el espíritu, el núcleo duro, de la novela. Eliminado espacios, tiempos, por supuesto personajes, cambiado radicalmente el aspecto físico de los protagonistas, todas esas cosas inevitables que hay que hacer en las buenas adaptaciones, y sobre todo si se hacen en Hollywood y hay que meter a Kevin Spacey aunque sea con calzador.

Esta noche he vuelto a ver Atando cabos. También la película agradece el revisionado. Kevin Spacey, salvando esa insalvable distancia del aspecto físico de Quoyle, construye un personaje exacto al que yo imaginé leyendo las palabras de E. Annie Proulx. Su torpeza, su desconfianza hacia sí mismo, su invalidez sentimental (en la novela y en la película aparece una frase de esas que lo dicen todo: "aprendió a separar sus sentimientos de su vida".) En la película hay una voz en off, y sí, ya sé que he dicho muchas veces que no me gusta, pero como a los amigos, a las películas que te gustan les perdonas sus pequeños defectos y las quieres pese a ellos. Una historia de seres humanos pequeños a los que les cuesta encontrar un lugar dentro del mundo y dentro de ellos mismos, que se enfrentan valientes y diminutos a sus miedos y a sus tropiezos; una realización cuidada, discreta, en la que en muy pocas ocasiones recuerdas que hay una intención llamada "puesta en escena"; una música que no molesta los oídos y que no interfiere, sino que acompaña la acción; una acción lenta y que se recrea en sí misma, sin dejar por eso de avanzar en todo momento; la siempre impresionante presencia física y la tremenda fuerza de la mirada de Julianne Moore y una hermosa Judi Dench, fuerte y dulce; unos personajes secundarios solventes y redondos, hermosos, que hacen los coros y tapan los huecos a la perfección.

Mientras escribía esto último pensaba en el personaje interpretado por Pete Postlethwaite, que es el único personaje "negativo" de la película, Tert Card. Es tan tonto y tan malo, tan mezquino, envidioso, lameculos y jilipollas que no parece real. Pero lo es. Yo conozco un hombre así. Siempre es un compañero de trabajo que nos hace la vida imposible con su chabacanería y sus zancadillas. No siempre lo real es verosímil. Postlethwaite lo borda, feo y colorado.

El cine pequeño, aunque tenga un par de estrellas y venga de las laderas de Los Ángeles, esconde diminutos y durísimos diamantes a veces. Me gusta descubrir estos diamantes paseando por los recovecos del azar.

Ahora solo me falta verla en versión original… y creo que voy a aparcar un par de días al untuoso amigo de Prada y su interesante historia para volver a releer esta pequeña novela americana sobre el mar y el hallazgo del hogar.

07 junio 2007

Sobre lo que estoy leyendo ahora

Siempre estamos buscando algo. A veces, la mayor parte de ellas en mi caso, no sabemos qué buscamos, pero siempre hay algo. Buscas o esperas, que en otras ocasiones es lo mismo. Vas al cine buscando ver algo que te toque alguna fibra, unas veces de arriba y otras, de abajo, unas veces de fuera y otras, de dentro. Te cruzas con personas y esperas o buscas un entendimiento o una chispa, unas veces de arriba y otras... en fin, no hace falta repetirse, que estos lectores son avispados y entienden las entrelíneas a la perfección.

Estoy leyendo una novela cuyo autor utiliza palabras como truhanes y trapisondas, de modo que construye frases como "Una horda de mujeres desmelenadas y truhanes que, después de perpetrar las más variadas trapisondas durante los años de la ocupación, habían amanecido poseídos por un súbito fervor justiciero". A veces es cansado. Se demora en cada explicación, en cada descripción, siempre a mano el diccionario de sinónimos que debe de tener por cerebro. Soy una persona curiosa. Siempre voy al diccionario cuando encuentro una palabra cuyo significado no conozco. Pero a veces siento que en el caso de esta novela tendría más tiempo el diccionario que la propia novela entre las manos; y ¡son palabras que sé que jamás voy a usar! ¡Yo! La Usadora Oficial del Reino de Palabras Estrambóticas y en Desuso.

Pero, por otra parte, no está mal lo que cuenta. Cuando abro un libro y empiezo a leer, espero, busco, que sus palabras me lleven de la mano a algún mundo, inventado o real, verosímil si es posible, aunque no es un detalle imprescindible, y cuyos personajes tengan escondida un alma que yo pueda entender o admirar o despreciar o sentir cercana o posible, en la que pueda reconocerme o reconocer a la persona que desearía ser o tal vez a la que temo ser, o donde habite algún amigo o algún amor antiguo. Espero que esos personajes y ese mundo me conduzcan sin sobresaltos o con ellos, si están bien puestos, hasta la última página de la novela y que, cuando pase esa última página y cierre el libro se me quede en el borde de los ojos un gusto a algo, no sabría definir muy bien qué. Por ahora esta novela me está dando algo parecido a eso. Empiezo a leer y me cuesta trabajo parar, y tal vez esa pedantería y ese aire relamido me suenan de algo, me tocan alguna fibra sensible en algún sitio.

Ya lo dijo House: la pedantería es hereditaria, aunque no hayan descubierto el gen. Tendríais que conocer a mi tío Pepe para entender por qué sé tan bien de lo que habla esta frase.

La novela tiene algunas frases-párrafo que me dicen que este hombre ha leído a Muñoz Molina, aunque quizás lo que ocurra es que han bebido de las mismas fuentes. Por momentos me molestan mucho las referencias bíblicas y religiosas, pero debo admitir que las entiendo y las reconozco todas.

("Bajo el traje demasiado amplio se percibía esa vibración medrosa que nos asalta en las circunstancias agónicas, cuando preferimos alejar de nosotros un cáliz que, sin embargo, solo a nosotros corresponde apurar.")

Ah, que tenéis mucha curiosidad por saber qué libro estoy leyendo… es que me da un poco de vergüenza, pero os lo diré. Se trata de El séptimo velo, de Juan Manuel de Prada.

"Quizá la felicidad consista, a la postre, en reconciliarnos con lo que verdaderamente somos, con lo que verdaderamente fuimos, renunciando a vanas aspiraciones y vanos consuelos."

05 junio 2007

Iconos sexuales

Yo qué sé, las cosas son de una manera. Creo que uno de los motivos para ver deportes en televisión, uno de los criterios fundamentales a la hora de elegir deporte, es el estético. A mí me gusta el tenis, me gusta ver partidos de tenis. Como rasgo patrio, prefiero los partidos sobre tierra batida, supongo que porque veo mejor la bola o por tradición rolandgarrosera. Me recuerdo con no sé cuantos años, pero no muchos, viendo ganar a Arantxa Sánchez Vicario por primera vez, cuando ella tenía diecipocos años, un par más que yo. Me divierto, me gusta que se eternicen los puntos, advantage, deuce, otra vez advantage, me gusta que lleguen al quinto set, sobre todo cuando al final gana el jugador por el que siento preferencia, todas esas cosas.

Pero negar que me ponen los jugadores que gimen sería mentir. Sobre todo el señor Marat Safin

Ya sé, es la cosa de siempre, los ídolos, los modelos, los hombres de papel que nunca se encuentra una en el supermercado, y si en alguna ocasión esto ocurriera, estaría en compañía de alguna de las mujeres que le gustan, que los chicos rara vez se encuentran en el supermercado y que yo nunca llegaré a ser (y viendo esos pezones, ni ganas que me quedan, en fin, algún defecto tenía que tener el muchacho).

Pero sí. Hace calor y vienen los tirantes y el sol y la primavera la sangre altera y todas esas cosas. Yo, si me disculpáis, me voy a oír gemir a Carlos Moyá y a Rafa Nadal, que sí, que es un yogurín y no es tan guapo, y habla fatal el japonés pero, qué queréis que os diga, menos da una piedra.

Y por no tener, no tengo ni piedras. Me quedo con este señor virtual, que tiene de bueno que no ronca ni nada.

04 junio 2007

Vacaciones y Bruno Ganz

No sé si pedir disculpas por esta semana de silencio porque no sé si alguien se ha sentido solo por mi ausencia. En el fondo de la mente, una pregunta: ¿me estarán echando de menos? No hace falta decir que no contestéis, es retórica.

La semana pasada fue de esas en las que una visita alegre te saca de tus rutinas y te aleja temporalmente de tu vida. Un poco de cosas fuera de su sitio, un cepillo de dientes y una toalla extra, hacer el doble de comida, cenar fuera, el colchón hinchable ocupando medio salón, las ineludibles visitas a los lugares turísticos, que en el caso de mi ciudad son más bien pocos... En fin, una persona de carne y hueso sentada a tu lado en el sofá con la que hablar para sustituir el parpadeo de la pantalla del ordenador por unos días.

Con mi primo I, mi querido y bienvenido visitante, la conversación trata de las cosas de la vida, los trabajos, las expectativas, las perspectivas, los sueños y las desilusiones, los amigos comunes, la familia bien gracias, o mal, o lo que sea, las abuelas, los libros y las pelis que el otro tiene que leer o ver sin falta, los famosos del mundo que nos caen mal, los programas de la tele que no soportamos. De fondo, Roland Garros. Una delicia de semana. Sabréis disculparme, espero.

Ahora se han acabado las vacaciones y a cambio, menos mal, ha vuelto el sol. Sé que es un puto tópico de mierda, pero ya era hora. Más que nada porque tenía ganas de estrenar unas sandalias nuevas que se aburrían en su caja desde hace dos semanas. También los pies se aburrían de calcetines.

Sigo teniendo que estudiar y hacer la programación de marras, así que mi presencia aquí, en esta recta final, debería ser testimonial. Pero una, como es así de apañá, conseguirá robar horas a las amargas obligaciones opositoras para soltar un poco de mierda sobrante. Siempre hay mierda sobrante, aunque hoy casi mejor me la guardo.

El sábado me compré en el kiosko un pack de dvd que tenía El amigo americano y El Gatopardo. Anoche vi la primera de ellas. Siempre se me ha escapado el personaje de la Highsmith. Tendré que dedicarle un poco más de tiempo, tanto al literario como a sus diversas encarnaciones cinematográficas (admito sugerencias).

Pero desde anoche amo a Bruno Ganz.