25 octubre 2008

Tarde de viernes

Me encierro en el salón, la puerta cerrada para que no escape el calor, como atrincherada en el pequeño rincón del mundo, etcétera. El año pasado estaba todavía harta de pasar frío en casa. Este año estoy harta de gastarme una pasta en una calefacción que después no puedo disfrutar. No sale a cuenta.

Me he traído el ordenador aquí, al sofá, con lo cual no tengo ni la obligación, como antes, de levantarme y atravesar el pasillo para mirar el correo. En estos… ¿cuántos? ¿quince metros cuadrados? me puedo pasar, me paso, varias horas, hasta días enteros si nadie lo remedia, si no lo remedio yo. Pongo la tele y veo el tenis, episodios sueltos de alguna serie mala, anuncios, y después abro el correo otra vez, me doy una vuelta y leo en la wikipedia qué pasó en 1989, hace diecinueve años. Me acuerdo de muchas de esas cosas, vi muchas de aquellas películas y las finales femenina y masculina de Roland Garros.

La mesa baja es demasiado pequeña para contener los restos de la actividad indolente de toda una tarde tapada con la manta, el vaso de agua, el cenicero, el cola cao, los mandos a distancia, las últimas pelis compradas y todavía envueltas en celofán (Rocky, El silencio de los corderos, Tiburón).

Este día no pasará a la historia. Tres comentarios en tres blogs. Un teléfono que no llegó a sonar a tiempo de evitar la tristeza o el enfado. Un texto sobre tenis que nunca verá la luz.

Estos días les cuento a mis alumnos lo importante que es tener una idea, lo inútil que es ponerse a escribir sin tenerla. Después les pongo ahí, con el papel y el boli, a buscarla. Deambulan por sus hojas en blanco, sus cerebros también en blanco, y con dos cojones son capaces de contar algo que yo aquí, con mi papel en blanco, mi mente en blanco, mi vida tal vez en blanco, no soy capaz de contar. Mierdas de historias mucho mejores que la que yo jamás escribí.

Supongo que en eso consiste ser un buen profesor. En conseguir que tus alumnos hagan lo que tú no pudiste hacer. Que sean lo que tú no pudiste ser. Lo que quieran. O tal vez solo conseguir que lo sepan.

Ahí enfrente, en la pared, Travis Bickle avanza hacia mí, las manos en los bolsillos, congelado en un paso. Mira al suelo. Su soledad y su vacío me inspiran. Yo también puedo ser lo que quiera. El día que lo sepa.

19 octubre 2008

Estoy cabreada

Mi casa parece tener un proceso autónomo de desorden progresivo. No sé qué coño hago, pero me doy el tute de poner fuera de la vista cualquier objeto que moleste, estorbe o desentone, y en un plazo máximo de dos semanas el caos se ha vuelto a hacer fuerte. No entiendo mi propia tendencia (debe de ser mía, puesto que no convivo) a dejar abiertas las puertas de los armarios, los pantalones tirados en la cama de la habitación que no uso, las gotas negras de jamás sabré qué sustancias en el suelo de la cocina. Necesito una esposa. Ah, no, que no están para eso. Carajo. Apenas veo la calle a través de las ventanas.

No entiendo por qué hay blogs que tienen la letra tan poco contrastada con el color de fondo y el tamaño minúsculamente diminuto. Yo no veo bien, uso gafas, vale, pero tampoco estoy cegata y con las gafas creo que mi visión es normal (no estoy segura, no sé exactamente qué es ver "normal", sé que me dejan conducir, por ejemplo). Pero entro en algunos sitios que me obligan a acercarme a treinta centímetros de la pantalla si quiero leer algo, cosa que, dicho sea de paso, no siempre merece la pena. (Si a alguien le parece que la letra de este blog es pequeña o no se ve bien es el momento de decirlo.)

Tampoco entiendo esa moda nueva del facebook. Es que me parece fatal. Te llegan invitaciones de las personas y lugares más peregrinos (la prima que no usa nunca internet, el colega que conociste hace 7 años en un foro literario y con el que llevas 3 sin hablar ni por el messenger). Invitaciones a "ver" sus fotos, no sin antes pasar por el laborioso, engorroso y sobre todo indeseado proceso de darte tú de alta y crear tu propio facebook. A ver. Yo no quiero tener uno de esos. No quiero porque para comunicarme con la pequeña parte del mundo que quiere saber algo de mí ya tengo mi blog y mi cuenta de flickr para mis fotos, no quiero porque no tengo el menor interés en conocer el grupo social de cada una de las personas que componen mi grupo social (si es que a mis cuatro queridos gatos se les puede llamar grupo social). No quiero porque me parece una mierda que te obliguen a dar tus datos para ver páginas que deberían ser de libre acceso, y porque (según he oído), este tipo de grupos (evolución de la evolución de foros, blogs y myspaces), son el mayor atentado a la intimidad que se ha llevado a cabo en internet desde el principio de los tiempos. Entre otras cosas. Qué coñazo dan.

He estado buscando durante toda la mañaña algún sitio donde me vendan un dvd original (me daba igual hasta que fuera de segunda mano) de una película que al parecer está descatalogada. Después de dar vueltas por google (y creo que cada vez soy más torpe haciendo búsquedas, pero supongo que esa es otra guerra), termino buscando el torrent. Dice el programa de p2p que la tendré en una hora. Joder, yo quiero ser legal y no me dejan. Si aunque solo sea por el tiempo que tardaría en llegarme no me compensa. Ahora otra cosa será que los subtítulos estén sincronizados. Si no lo están, cosa de lo más probable teniendo en cuenta que película y subs son cada uno de su padre y de su madre, tendré otro motivo para rebotarme con el mundo.

¿Será por ser domingo? ¿Tal vez necesito salir a que me dé un poco el sol aprovechando que hoy, día 19 de octubre, debe haber algo así como 27 grados en la calle?

Es que no tengo ganas. Coño.

14 octubre 2008

Billy Wilder (una cita)

Soy muy amiga de cierto tipo de citas. En eso mis gustos son como en cine, música o literatura, al final le pido muy pocas cosas a la vida: que no me amarguen la existencia, que no me hagan perder el tiempo, que me den un buen resumen de ciertas cosas que he vivido o que puedo vivir algún día o que no he vivido pero podría haber vivido o que nunca podré vivir, para entender lo que vivo y de paso hacerme una idea de todas las otras vidas posibles.

Me gustan las citas que me hacen pensar, las que me hacen reír con un fondo de amargura, las que demuestran que su dueño (o su autor, porque luego ya cualquiera se convierte en su dueño, cualquiera que las lee y las hace suyas en cualquier sentido) tenía una visión del mundo particularmente afinada. O afilada.

Bueno, así era Billy Wilder, por si a estas alturas alguien no lo sabía. Hoy, leyendo un extenso artículo sobre su vida, no he podido menos que apuntar lo que dijo cuando alguien le hizo la observación de que era el único habitante de Hollywood cuya familia había muerto en Auschwitz:

Están los optimistas y los pesimistas. Los primeros acabaron gaseados. Los otros tienen piscinas en Berverly Hills.

Ese sabor amargo pero siempre irónico es lo que me gusta de Wilder. La forma en que consideraba al ser humano una amalgama de rasgos ni limpios ni morales ni desinteresados. Me gusta cómo es capaz de darle siempre la vuelta a todo y mostrar la ambigüedad del otro lado, y sobre todo el modo en que consiguió aprovechar lo duro, lo enfermo, para hacernos reír pero sin dejar que nos olvidáramos de pensar.

Una vez asentado en Hollywood, volvió a Viena para ver a su familia, sobre 1938. Y volvió preocupado porque vio que allí nadie se daba cuenta del peligro potencial que suponía para los judíos el ascenso político del partido nazi alemán. Esa frase de ahí arriba es su forma de resumirlo. Y me parece un prodigio de síntesis, de ironía, de amargura y de penetración social.

Ahí os queda, para que penséis un rato.

06 octubre 2008

Otro otoño

El tiempo pasa, las estaciones se suceden, cada vez de forma más caótica y desordenada: llueve cuando debería hacer sol, hace sol cuando debería hacer viento, nacen las flores cuando deberían caer las hojas. Todo aquello que parecía inalterable es de hecho lo único que cambia, mientras que lo variable permanece intacto e indiferente. No parece una actitud muy inteligente esperar que los elementos se comporten como siempre lo han hecho. Llevo un tiempo aprendiendo solamente que lo inesperado es lo único posible. Pero no lo aprendo. Es una lección difícil.

Con el curso empieza un año más de incertidumbres. Volveré a llenar mi tiempo de planes y listas de tareas por hacer, volveré a perderlo en actividades inútiles y a solucionar los asuntos en el último minuto, volveré a decir que la próxima vez lo haré de otra manera.

Tengo una relación rara con las teclas últimamente. No escriben las palabras que quiero decir. También es cierto que quiero decir muy pocas.