Drive (Nicolas Winding Refn, 2011)
Lo que le pasa a Drive es que es una película escandalosamente entretenida.
Uno de los grandes aciertos de la película es lo bien cosidas que están las referencias, que van a ir exactamente a lo que sabes y conoces del cine. Si conoces a Scorsese o Spielberg, ahí están. Si conoces a Bresson y Godard, ahí están. Y son referencias que calzan como un guante unas en otras, con sus menciones frikis, sus actores fetiche de los años setenta y ochenta, sus cámaras lentas, sus ritmos lentos. Si no sabes nada de cine ni más que te importa, de todas formas la puedes ver y nunca lo sabrás.
Tiene un avance pausado, unos planos un poco demasiado largos y unas composiciones descentradas y estrambóticas que te descolocan y te crean una tensión de la que no sabes si serán capaces de salir y una expectativa que no sabes si serán capaces de resolver. Pero salen de la tensión y resuelven la expectativa, aunque no sea como marcan la norma y lo mil veces visto, y aunque al mismo tiempo sea al final una película que ya has visto esas mil veces y verás mil más. Y aunque a veces todo es inverosímil, te da igual y te dejas llevar, porque así funciona la magia del cine, y en Drive hay magia. A espuertas. No pasan las cosas como tendrían que pasar, no ocurre lo que esperas cuando lo esperas ni tal como lo esperas, y así consigues quedarte boquiabierto, o pegado a la silla, o sentir que todo va bien o todo va horriblemente mal.
Las persecuciones, la violencia, la frialdad, la psicopatía, la mafia, el amor, todo es ligeramente diferente, todo está ligeramente descentrado respecto a lo que debería ser (a lo que suele ser) el eje. Y esa es la clave de la película. Lo que hace que funcione como un engranaje perfectamente engrasado. Es como esa otra lección de cine que aprendí en el cine, con Inception, de Cristopher Nolan: hay cosas en el cine, como en los sueños, que no necesitan ser explicadas:
(-Déjame preguntarte algo: tú nunca recuerdas el principio del sueño, ¿no? Siempre apareces justo en el medio de lo que está pasando. -Supongo, sí. -Así que... ¿cómo hemos acabado aquí? -Acabamos de venir de... eh...)
Otro ejemplo de la magia es ese actor insípido, Ryan Gosling, por la forma en que mira, la forma en que espera un segundo extra antes de hacer o decir cualquier cosa, la forma en que se mueve; no hace falta que sea el mejor actor de la historia, ni siquiera uno medianamente bueno, para que este cuento cuente lo que tiene que contar.
Como tampoco lo era John Wayne (siento el sacrilegio, pero es así). No siempre la fuerza de un plano depende del talento interpretativo de un actor. En el caso de John Wayne, su sola presencia escénica llenaba el espacio, irradiando todo el poder necesario. Esto no le ocurre ni le ocurrirá nunca a Ryan Gosling. Lo que en Drive hace que la magia se produzca es el efecto Kulechov. Eres tú, el espectador, el que pone todos los sentimientos en ese envoltorio hueco con un gran cuerpo que es el actor principal (me quedo con sus increíbles piernas).
Lo que pasa en esta película es lo que Hitchcock llamó "pure cinematics" en este vídeo:
(Ahora, la tercera manera es lo que podríamos llamar cinemática pura, el ensamblaje del film. Cómo puede ser cambiado para crear una idea diferente. Tenemos un primer plano, enseñamos lo que ve. Asumamos que está viendo a una mujer con su bebé. Ahora volvemos a él para ver su reacción a lo que ve. Y él sonríe. ¿Qué vemos en ese personaje? Es un hombre agradable, es amable. Ahora, quitamos la parte media de esta película, la mujer con el bebé, pero dejamos los otros dos trozos tal como estaban, y ponemos una chica en bikini. Él mira, chica en bikini, él sonríe. ¿Quién es ahora? Un viejo verde. Ya no es el caballero agradable al que le encantan los bebés. Eso es lo que el cine puede hacer por ti.)
Eso es exactamente lo que el cine hace por el inexpresivo e insulso actor principal en Drive, y que el director controla con maestría. La forma en que Drive juega con las expectativas, con la proyección y con la infinita capacidad empática del espectador es una pura lección de cine aprendida de los que más saben de estas cosas y aplicada con sorprendente habilidad. También tienes por momentos la sensación de que todo ha sido una casualidad, una de esas carambolas milagrosas que el mismo autor no podrá repetir jamás, pero a quién le importa. Y también flota en tu mente la pregunta... qué habría pasado con esta película si en lugar de este actor hubieran contado con algo más parecido a Robert de Niro (de joven).
Pero el hecho es que todo eso da igual. Esta película tiene vida propia, y casi voluntad propia, y con ella fui capaz de hacer lo que casi nunca hago: ignorar todo lo que no funciona, obviar la inverosimilitud, las incongruencias, y dejarme llevar a donde me quiere llevar, a ese lugar donde solo el cine muy bueno es capaz de transportarme... de vez en cuando.