12 diciembre 2011

Normas, reglas, obediencia

Llevo unos meses pensando en esto. En lo dóciles que somos y en cómo nos plegamos, sin atisbo de rebeldía, a lo que nos dicen que debe ser.

Se me ocurrió en una cola de aeropuerto. Esas tiras de tela atadas a postes de plástico que nos dicen cuántas eses debemos hacer hasta llegar al arco de entrada de la zona de embarque. Hacemos todo ese zig zag, lógicamente, incluso cuando no hay gente. Y si vemos a alguien pasar por debajo de las cintas sentimos una especie de estremecimiento interno porque así no es como hay que hacerlo. Da igual que no exista la necesidad de hacer un recorrido sinuoso en lugar de usar la línea recta: las cintas están ahí y hay que seguirlas.

Es verdad, necesitamos estas normas para mantener al menos una apariencia de orden en el mundo en el que vivimos, para no chocarnos con los demás al andar. Necesitamos un entorno controlado, y qué mejor modo de crearlo que fabricando y obedeciendo normas.

Siguiendo con el razonamiento de las cintas organizadoras de colas, mi siguiente paso fue poner en cuestión las líneas de la carretera, o las líneas imaginarias de las carreteras estrechas. Llega un momento en que ni siquiera necesitamos la expresión física de los límites. Los respetamos por instinto.

El problema es que lo tenemos tan interiorizado que saltárnoslo nos da miedo. Es evidente que a veces, por pura inercia, creamos y obedecemos normas que solo son necesarias en parte. O que son del todo innecesarias. Y estamos tan acostumbrados a plegarnos a esas exigencias que jamás las ponemos en cuestión, no nos peguntamos su razón ni su origen, ni qué pasaría si nos las saltáramos. La cuestión es que muchas, muchas veces, demasiadas veces, no pasaría nada. Nada de nada. Pero el miedo que nos provoca saltárnoslas, o la simple idea de saltárnoslas, nos produce tal infelicidad que simplemente no merece la pena.

Si lo que nos caracteriza como humanos son rasgos como la capacidad de cuestionarnos las cosas o de tomar decisiones individuales, o la creatividad... ¿durante cuánto tiempo vamos a seguir siendo humanos?

8 comentarios:

NoSurrender dijo...

Efectivamente, k. Necesitamos desesperadamente que alguien nos diga cómo hacer las cosas incluso en las situaciones más ridíclas. Los seres humanos tenemos un miedo atroz al caos, a la falta de indicaciones de la autoridad pertinente.

El filósofo Zizek (cada vez me interesa más este prócer de lo políticamente eincorrecto) llamaba la atención en un documental sobre lo rídiculo que resultan las instrucciones sobre emergencias en los aviones antes de despegar. Porque todos sabemos que si la cabina se rompe en medio del Atlántico moriremos todos sin remisión, pero aún así la Voz nos explica que deberemos respirar "con normalidad" a través d ela mascarilla.

Estamos todos muy locos.

Besos!

Lu dijo...

Muy acertado el cuestionamiento final....¿hasta cuando vamos a ser humanos?. Yo añado, ¿cuándo dejaremos de actuar mecanizadamente? Esto ya se parece demasiado a Matrix. Ni cuestionamiento, ni creatividad, y egoísmo puro confundido con individualismo. Así nos luce el pelo...

Jafa dijo...

Gran peli. Creo que el inicio nos describe a la perfección; nuestra vida diaria es una gran rutina en un mundo de normas y reglas, y es en nuestro refugio donde dejamos de ser robots. Así que sí, seguiremos siendo humanos pero a tiempo parcial.

Eso es muy poco tiempo, cierto, pero yo creo que en el refugio sí nos cuestionamos cosas, sí somos creativos. Y también es verdad que si ese tiempo nos parece insoportablemente escaso siempre podemos tomar una decisión individual y romper con todo. Pero... ¿qué estaríamos dispuestos a sacrificar a cambio de ser más humanos todo el día?

Anónimo dijo...

Si tienes a un pez durante unos meses en una pecera de un metro de diámetro, dando vueltas todo el día y de repente le lanzas a una piscina enorme ... ¿ sabes qué hace el pez ? Sigue dando vueltas en el mismo diámetro que antes, sin ampliarlo un centímeto.

Todos nos imaginamos que estamos protegidos en una pecera. La mayoría no quiere darse cuenta de que se puede nadar más allá. Y otros sí se dan cuenta pero, de entre esos, hay muy pocos que se atrevan a hacerlo.

k dijo...

Lagarto, hay una peli que les suele gustar mucho a mis alumnos que se titula El club de la lucha (basada en una novela de Chuck Palahniuk) que hace la misma reflexión que Zizek sobre las instrucciones de situación de emergencia... En cualquier caso, necesitamos creer que ordenamos el caos, controlamos nuestro entorno y al final hacernos las cosas fáciles: estar todo el día tomando decisiones y responsabilizándonos de nuestros actos no es cómodo, no es operativo.

Lu, siempre tenemos pequeñas parcelas en las que sí podemos ejercer esa humanidad, esas son las que debemos luchar por conservar... ¿no?

Jafa, hay personas que siguen siendo robots en sus refugios, más que ese pequeño cacharro mil veces, pero bueno, en cierto modo esos momentos, tanto si conseguimos que sean gran parte de nuestra vida como si no, son los que nos salvan, está claro. Y tu pregunta final es la madre del cordero, claro. Ese es el problema: todo lo que hay que sacrificar son las poderosas puertas de nuestra prisión.

Anónimo, el tema es que nosotros no somos peces, o no nos deberíamos permitir convertirnos en peces, ¿no? Y precisamente es eso. Darse cuenta, hacer algo, traspasar esa barrera invisible tras la que nos escondemos, atreverse. Parecen sueños escandalosamente inalcanzables. Y en realidad solo habría que estirar la mano.

wizzi dijo...

¿Que en realidad SÓLO habría que estirar la mano?

La mayoría de las veces eso es una revolución. Con efectos colaterales que pueden cargarse la misma revolución.

Me parece que me empieza a hacer efecto Bukowsky.

k dijo...

Pues sí, solo estirar la mano. Parece difícil porque da miedo y por lo que decía Jafa de las renuncias, y porque bajarse de algunos carros tiene que ser en marcha, pero solo es eso. Luego miras atrás y ves que lo hiciste. Ya está.

El Maquinista dijo...
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