18 diciembre 2007

Un domingo

Ayer fue un domingo de esos con los que sueño durante la semana y que casi nunca tengo: dormir sin despertador, con la persiana bajada hasta el fondo, la puerta cerrada a cal y canto y dejar que sea la madre naturaleza la que me despierte cuando lo tenga a bien; desayunar aunque sea la hora de comer; sentarme en el sofá a ver la tele o una peli o leer un libro; comer aunque sea la hora de merendar; seguir sentada en el sofá haciendo más o menos lo mismo de antes; cenar un colacao e irme a dormir. Todo ello sin haberme quitado el pijama.

La tele apenas la vi (el resumen del Madrid antes de irme a la cama). Leí un buen rato (estoy con Zuckerman encadenado, de Philip Roth, por ahora me gusta). Y vi dos pelis.

Una de ellas, La flaqueza del bolchevique, que había recomendado el lagarto y que llevaba varios meses esperando en el cajón. Me gustó de ella la interpretación de Tosar. Y el personaje, las dos cosas, aunque para ser un soplapollas la verdad es que por los pelos da la impresión de trabajar en un par de momentos. Demasiado centrado todo en la niña. Y el problema de que cuando llega algo que parece un punto de giro a destiempo, resulta que es el final. Pero el personaje y el actor, muy bien. Una persona real. No es nada difícil comprender el camino que emprende, compartir su descubrimiento, el momento en el que decide parar y mirarse.

La otra, Raging bull, de Scorsese. También llevaba meses en la recámara, últimamente estoy de un perezoso inaguantable.

Me hace gracia cómo hablan los personajes de Scorsese, exactamente igual que él mismo (o que el personaje de sí mismo que interpreta en el anuncio del cava, si lo preferís, lo cierto es que nunca he hablado con él, y eso que lo tuve cerca!) Tartamudean, repiten las frases, se entrecortan, da la sensación de que no tienen nada en la mollera.

Me gusta Marty porque cuenta cosas que no cuentan los demás. Se fija en personajes desagradables y desgraciados, complejos, atormentados, con los que es difícil, o más bien penoso, identificarse. No hay héroe. No hay nudos de la trama. No hay final feliz.

No es una película equilibrada, ni demasiado coherente en su exposición narrativa. No hace falta. Lo que cuenta es otra cosa y puede contarse conjugando pinceladas y brochazos. Y es exactamente lo que hace. Lo encantador del Scorsese de los primeros años era esa libertad, la sensación que transmiten sus películas de que hacía lo que le daba la gana, de que un plano de cinco segundos de una aspirina efervescente deshaciéndose en un vaso o un pasillo vacío tenían una razón de ser que no era discutible. El descaro, la frescura. Y funcionaba. Prueben a hacerlo ahora.

El Jake LaMotta que compone Robert de Niro es un enorme cabronazo. Un ser humano que no utiliza en ningún momento su inteligencia, si acaso solo para arrepentirse de haber metido la pata, es decir, a posteriori y sin utilidad alguna. Un personaje impulsivo, agresivo y tiránico, que se deja llevar por arranques de paranoia y que siempre se mueve por pasiones, atraído por ideas fijas que no necesitan (ni podrían) ser razonadas. Que no se conoce a sí mismo ni lo intenta siquiera. Su desgarrado lamento en el calabozo después de ser detenido, ese "I'm not so bad", lo dice todo de él. Te preguntas "¿de verdad lo crees?" Por supuesto que lo cree. Solo entiende un idioma, y es un idioma que nadie quiere hablar con él.

Se empeña en alejar de él a las personas que le quieren y que estiran lo inquebrantable de su fidelidad hasta límites desmedidos. Extiende su tortura interna, incomprensible e inexplicada, a los demás, por medio de la violencia, ejercida de todas las formas posibles, incluso a través de su mera presencia. Pierde a su hermano, pierde a la mujer que le ama, poco a poco lo pierde todo, sin darse cuenta en ningún momento de que lo hace metódicamente, por su mano.

La creación de ese personaje acabado, solo, hundido, alcoholizado y abandonado es portentosa. Durante todo el desarrollo del personaje el espectador atiende a un punto, escondido en alguna parte, de compasión, que revienta al final. Aunque sea una compasión que no redime, sino que se agota en sí misma. El personaje, patético, sigue sin provocar empatía. Se limita a mostrar la naturaleza exacta de lo que es: su "I'm the boss I'm the boss I'm the boss" final es su descripción perfecta: el jefe de nada.

2 comentarios:

Gata Vagabunda dijo...

Un domingo de manual, que diría uno que yo me sé. Por cierto, aparte de la buena química Tosar/Valverde, lo que más me gustó de "La flaqueza del bolchevique" es su comienzo. Esa cara de lunes...

k dijo...

Si! Da gusto pasar uno así de vez en cuando. Y tienes razón. Esa primera secuencia es un espejo brillante y un poco cruel en el que todos podríamos mirarnos. Sobre todo si se ha vivido en Madrid o cualquier otra ciudad inhumana.