Tenías un coche rápido y un plan para marcharte. Un día apareciste en mi puerta para decirme que te ibas y que no pensabas volver; me miraste a los ojos y me dijiste que yo era lo único que no querías dejar atrás; me tendiste la mano como un puente sobre un abismo y me pediste que me fuera contigo. Ese día aprendí lo que es el miedo.
A mi mente, como un torbellino en medio del vértigo, acudieron todos los momentos, los tíos que dejé marchar, la sensación de dolor, la juventud desperdiciada y todos nuestros encuentros: las carreras locas en carreteras abandonadas, la sensación de libertad y de límite, los gritos que siempre conseguía acallar en el borde de la garganta, tu deseo incontrolable de llegar siempre un poco más lejos, un poco más cerca del final.
Cuando me devolvías a casa, antes de cerrar la puerta entre los dos, nos mirábamos a los ojos y nos cantábamos en voz baja aquel verso de Dylan. Sonaba en un susurro, "when you got nothing you got nothing to lose", y nuestras voces quedaban flotando en el aire un instante entre nosotros, sobre el abismo que nos separaba sin que llegáramos a comprenderlo nunca del todo, y eran un puente también, un puente que tendíamos con palabras y a veces con alas de sueños.
Sabíamos que las mejores intenciones no bastan para hacer las cosas bien. Sabíamos que hay un precio que pagar por cada alegría y por cada exceso. Y no queríamos saber que había una diferencia inabarcable entre nosotros. A ti no te bastaba el horizonte y yo solo sentía calor con el fuego de leña.
Hay certezas a veces. De algún modo y por alguna inexplicable intuición, sabes sin saber por qué. Y por eso o pese a ello hay que cerrar los ojos y dejarse llevar sin pensar demasiado. Porque a veces saber que algo va a salir mal no es razón suficiente para no hacerlo.
Con tu coche parado frente a mi puerta y tu mano mostrándome un camino incierto, la ansiedad de tus ojos y Dylan cantando en el fondo de nuestros corazones, supe lo que era el miedo. Y aprendí en ese mismo instante qué hay que hacer cuando se tiene miedo, cuando no se tiene nada que perder, cuando se desconoce el precio a pagar, cuando el vértigo parece más fuerte que la sensatez, cuando comprendes que no hay fuego que caliente un horizonte.
Quemé mis puentes en el largo paseo hasta tu coche, eliminando de las posibilidades todo camino de huida o de vuelta atrás. Renuncié al pasado y a los futuros predecibles o esperados, anulé todos los billetes de ida.
Y cuando aquellas ruedas dejaron dos líneas negras humeando en el asfalto delante de mi puerta cerrada, detrás de nosotros, comprendí que lo importante no es acertar ni equivocarse. Lo importante es decidirse.
Para escribir este proyecto de relato utilicé versos y emociones de dos canciones: Thunder Road, de Bruce Springsteen y Bridges, de Tracy Chapman. Dejo aquí canción, letra y traducción de ambas para quien prefiera beber de las fuentes, que es mucho más recomendable. A su lado, el cuento es el agua sucia de un charco.
3 comentarios:
El cuento tiene un regusto amargo, quizá por esa sensación de estar al principio de una historia con fecha de caducidad. A mitad del cuento estaba convencido que la muchacha no subiría a ese coche. Supongo que la distancia desde el umbral de su puerta hasta el vehículo es la misma que separa conocer el miedo y enfrentarse a él.
Recuerdo que cuando era pequeño me paraba a mirar los renacuajos de los charcos. Y es que en algunos charcos hay mucha vida.
Ahí está el fallo del relato, sí. Creo que en realidad la decisión de montarse en el coche no está justificada, no es comprensible. Me di cuenta (incluso era peor) pero no fui capaz de arreglarlo del todo.
Así que renacuajos. Hacía tiempo que no me dedicaban un cumplido tan bonito. Gracias :)
Pues yo me dejo llevar por las palabras. Como un mantra, me llenan de imágenes y sensaciones, de músicas y miradas. Sinceramente, no me importa el final salvo porque me deja, de pronto, huérfana de tus palabras.
Un beso huérfano (también por Ángel)
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