Imos vellos (que no bellos)
Leo por ahí a alguien que escribe que, a medida que el tiempo pasa y va cumpliendo años, se va sintiendo más sabio. Yo algunos días comparto ese sentimiento y otros tengo la sensación de que la vida nunca dejará de sorprenderme, incluso que yo misma nunca dejaré de sorprenderme.
A veces creo que me conozco tanto, tan bien. Y otros días paso junto a un espejo y pienso "¿quién coño era esa?"
Es como ese diálogo tontorrón de Pretty woman, y cito de memoria, en el que el personaje de Richard Gere comenta "Hay muy poca gente que pueda sorprenderme" y le contesta Julia Roberts: "Pues tienes suerte... a mí la mayoría me dejan de piedra".
Pues eso. Que me siento así exactamente, como los dos: unos días estoy convencida de que nadie puede sorprenderme y al día siguiente me dejan de piedra.
(El título es bilingüe, como yo, supoño, la parte gallega se traduce como "vamos viejos"; aclaración para no galegoparlantes, especialmente o africano, que sempre está dando a murga con cousiñas de tiquismiquis...)
8 comentarios:
Casualmente (o causalmente) esta misma mañana iba leyendo en el tren un libro que hablaba sobre el conocimiento de uno mismo. Y estoy de acuerdo con el autor: casi nadie puede llegar a conocer del todo a su yo profundo, interior y auténtico. A su ser esencial. Y lo que es peor, una gran mayoría ni siquiera es capaz de conocerlo un poco. Hay varios motivos, pero uno de ellos es la existencia de nuestro ego, un ente artificial y dañino que ocasiona en nosotros conflictos, frustraciones y sufrimientos.
En esos momentos en los que crees conocerte muy bien, K, es probable que te estás refiriendo a tu ego. A la imagen que tienes de ti misma. Pero cuando no te reconoces en el espejo, estás siendo consciente de tu existencia real, de la existencia de esa K sin nombre ni etiquetas que intenta salir al exterior.
Yo no dejo de sorprenderme, de mi misma la primera, porque a pesar de lo "bien" que me conozco, como siempre digo cuando tengo ocasión, en realidad son sólo palabras, estoy continuamente evolucionando y, lo que es más, normalmente tampoco respondo como yo creía que lo haría ante la vida. Es complicado, supongo que en lo que respecta a nuestro yo más profundo e íntimo, ese si que probablemente lo conozcamos más con la edad, pero todo lo que nos va ocurriendo mientras vivimos nos afecta y nos cambia y eso ocurre tan en el presente, en el instante, que no somos conscientes de que esta pasando, por eso nos sorprendemos hasta de nuestras actitudes y acciones. Eso si, cada vez sé menos y soy más consciente de lo poco que sé y de lo que me queda por aprender.
Me gusta cuando algo logra sorprenderme.
Besos
Una persona muy anciana no tiene por qué haber conocido nunca su yo auténtico y real. El ego nos acompaña hasta la muerte si no lo matamos antes a él...
Y sí, a mí me gustan también las sorpresas. Las buenas, claro.
Tal vez la sabiduría no consista en saber más sino en saber reaccionar mejor antes las sorpresas, que por otro lado, siempre se darán porque lo que sucede a nuestro alrededor no es controlable.
En cuanto al conocimiento de uno mismo, casi coincido con lady, aunque evolucionar me parece una palabra demasiado benévola porque implica mejoría y no siempre es así. Yo diría que nos transformamos y, más que sorprendente, resulta curioso comprobar dónde se ha producido el cambio en uno mismo.
Yo también soy bilingüe (otra cosa más en común) aunque se me ha hecho necesaria la traducción.
Yo también he tenido esa sensación frente al espejo, sensación de desapego de mi mismo, de mirar fijo a unos ojos que son los de otro. Intento traspasar al otro lado y reconocerme y, generalmente, acabo soltando una sonrisa sardónica... no sé por qué, todavía no me conozco lo suficiente. Que decir de los demás.
En primer lugar y por alusiones quiero dejar bien claro, para evitar cualquier clase de “mala fama” que pueda dar lugar los comentarios claramente xenófobos expuestos por la Kalegoparlante, que el idioma de los celtas no tiene secretos para mí. ¡Galicia Ceibe! Y ¡Aupa los Perceibes!
En segundo lugar, hacer constar que esa sensación de la que hablas en tu comentario, Sra. Kalegoparlante, la desconozco. En mi caso, todos los días me sorprendo a mí mismo. De hecho me suelo esconder detrás de la puerta de casa, y cuando entro salto sobre mí mismo –rememorando al mayordomo chino del Comisario Cluseau (La Pantera Rosa)-. Por tanto, todo yo soy una sorpresa sorpresiva, si se me permite la redundancia, y no sólo es que cuando pase por el escaparate y vea mi reflejo en él piense ¿Quién coño es ése?... como Ud. nos indica en su entrada, sino que de hecho yo doy un paso más allá y me digo ¡Ñoooo!!!!!, Pero quien es ese tío que asoma por ese guachinche!!!, ¡Mándate a mudar ya!!!!!
Para aquellos que no dominan el idioma de Tarzán les indicaré que ¡Ño! Es una expresión de sorpresa sumamente usada por estos lares. Guachinche es un pequeño negocio o local abierto al público. Y la expresión ¡Mándate a mudar!, significa algo así como que te vayas por ahí! Estas aclaraciones van encaminadas a que la Kalegoparlante se entere un poco.
El día que perdamos la capacidad de sorprendernos, tanto con nosotros mismos, como con aquello que nos rodea, creo que nos habremos muerto independientemente de los años que se tengan.
Así que creo que uno puede sentirse cada vez más sabio sin por ello perder esa capacidad de sorpresa. Es más, creo que eso es lo que debemos perseguir. Aun cuando haya días en que uno no se reconozca ni en su nombre. Que los hay, por supuesto.
Es que estoy muy optimista yo últimamente... ;)
¡Un beso!
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