27 marzo 2008

Aha (newyorker word)

Dije ayer que no me gustaba el tono. No me gusta el tono porque suena totalmente turista. Pero es que hoy, pensándolo, me he dado cuenta de que ya en el vuelo de ida (durante el que saqué diez o doce fotos del mar y las nubes por la ventanilla, por ejemplo), decidí que no me iba a dar vergüenza ser una turista típica, con todos los extras: cámara en ristre, cara de asombro, tortícolis por mirar extasiada los rascacielos, todo el pack, con dos cojones. Incluso la curiosa cualidad de odiar a los otros turistas, que te hacen sentir tan imbécil porque te das cuenta de que eres como ellos y así hasta el infinito en un interminable juego de espejos. Una mañana, caminando por Broadway con una intensa sensación de desagrado e incomodidad, caí en la cuenta de que era por la multitud que hablaba español con acento de Tomelloso, por ejemplo. Doblé una esquina y se acabaron la gente, el ajetreo y el castellano y pude pararme a comer tranquila, en un restaurante en el que no me entendían. Qué descanso.

Así que me da igual. Esto es lo que hay.

Llevo tres días dándoles vueltas a las más de setecientas fotos que saqué, intentando hacer clasificaciones que pongan un poco de orden en el caos. Fotos de turista también, nada nuevo, nada que no haya sido visto y retratado innumerables millones de veces, fotos desenfocadas, fotos torcidas, fotos nocturnas sin flash y sin pulso, fotos de gente caminando, fotos de personas fumando en las puertas de los edificios, fotos de taxis amarillos, fotos de coches de policía, de camiones de bomberos, de limusinas, de camiones, de semáforos, de señales de tráfico, del vapor de las alcantarillas, de escaleras de emergencia, de comida, de puestos de naranjas en la acera, de turistas sacando fotos del humilde monumento en memoria de John Lennon, del Dakota, del Empire State, del Chrysler, de Central Park desde el suelo, de Central Park desde el Rockefeller Center, de los helicópteros y las ardillas, del desfile de San Patricio, del skyline desde el aeropuerto de Newark, New Jersey, del skyline desde el puente de Brooklyn, del skyline desde Dumbo, del skyline desde Staten Island. Una lista más larga de cosas que hacer y que ver cuando vuelva que la lista de cosas vistas y hechas en este viaje. Kilómetros y kilómetros en los zapatos.

En el Soho a las once de la noche buscando un restaurante para cenar me atropelló una rata neoyorkina (en el fondo me encanta que esto pase en la zona más pija de la ciudad). Se había metido entre las bolsas de basura (que amontonan en la acera, se ve que lo de los contenedores no es cool) y cuando yo pasaba se asustó y salió corriendo hacia mí, chocando de pleno con mi pie derecho. Creo que es la sensación de asco más grande que he sentido en mi vida (menos mal que no había cenado aún). Todo es así en New York: lo más grande, lo más hiperbólico, lo más infinito que me ha pasado en mi vida ha tenido lugar en esta semana. Yo también estoy exagerando, claro, lo excesivo de esta ciudad se te pega como la mierda a los calcetines. Luces, coches, gente, turistas, fotos, ruidos, sonrisas, miradas, posibilidades, sueños. Todo está ahí.

Cosas que nadie te cuenta: siempre hay papel en los baños. Y agua caliente, y toallas de papel, y la mayoría de las veces, en los sitios públicos y concurridos, una señora atenta para pasar la fregona. En el metro se entra y se sale por los mismos torniquetes. El tráfico es bastante, pero bastante, menos agresivo que en Madrid. Es fácil cruzar de acera. Es fácil caminar por las calles. Es fácil hacer veinte kilómetros sin darte cuenta. Miras el reloj y es la una. Lo vuelves a mirar y son las tres y media y no has hecho más que andar, mirándolo todo. De tanto andar y mirar, se me escapó el tiempo de ir al MOMA.

Y luego está la gente. Yo habría jurado que Muñoz Molina decía que la gente no te mira a la cara en Nueva York. Tendré que revisarlo. Es estrictamente falso. Te miran y te sonríen, además. Te hacen un gesto para que te sientes en el metro. Siempre hay alguien que responde a tu pregunta, se para a hablar contigo, te pregunta de dónde vienes, te habla despacio y hace lo posible por entenderte. Intentan hablar español aunque sea mucho peor que tu inglés. No parecen desconfiar de los extraños. La excepción a esta generalidad, también generalizada, son los policías, que son de lo más borde.

Una noche (la misma de la rata, de hecho) estuvimos más de media hora parados en el metro en un túnel entre dos estaciones (Lafayette y Clinton-Washington, línea C, en Brooklyn… ¿a vosotros también os suena increíble?). Era tarde, había poca gente. Todo el mundo se quedó tan tranquilo esperando. Nadie se lió a darle voces a la empleada que vino a informar (aunque no informó de gran cosa). Nos limitamos a esperar a que el tren empezara a andar de nuevo. ¿Dónde estaba el estrés de New York? No en aquel vagón, desde luego.

Todas estas cosas no son más que tonterías. Hablando en dos ocasiones diferentes con dos neoyorkinas que habían estado en España, me dijeron, respectivamente, que "Madrid es más acogedora que Barcelona" y que "Barcelona es más acogedora que Madrid". No hay verdades universales en este aspecto. Solo están nuestros ojos. Cómo tú lo vives, con qué te encuentras, cómo lo digieres, nada más.

Supongo que yo estaba dispuesta a dejarme fascinar, estaba preparada para el asombro. Sin embargo, tal vez no lo estaba tanto para la sensación de naturalidad, de pertenencia al lugar, aunque también me habían advertido de eso. Tan poco extraña me sentía que la gente me pedía fuego o la hora por la calle, o me preguntaba una dirección. Me hacían sentir feliz, pensaba "después de todo me confunden con una de ellos". También la gente responde a tus propias expresiones, a la postre. Mi cara es tan idiotamente feliz que en la mayor parte de las fotos parezco china. Supongo que las personas responden positivamente a un estímulo así. No sé.

La neoyorkina que pensaba que Madrid es más acogedora que Barcelona me confesó que la ciudad de sus sueños es Sevilla. Esto me hizo pensar, claro. Algo como "Así que vives en Nueva York y la ciudad de tus sueños es Sevilla, ¿eh?" Pensé en eso tan famoso que dicen sobre la hierba del otro lado del río.

Hay, claro, mucho más en mi cabeza. Me paso los días pensando en esas calles. Vuelvo a ver todas esas imágenes que se me han quedado pegadas al córtex. Pienso en el concierto que no vi, en la persona que no conocí, en el museo que no visité, en los barrios que no pisé, no puedo parar de hacer enumeraciones, no puedo colar ideas. Quiero volver.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que le has sacado partido al viaje. Me alegro.
No le des demasiadas vueltas a todo lo que no has hecho. Al fin y al cabo, incluso esas carencias ayudan a magnificar tu experiencia y deben convertir Nueva York en una ciudad inabarcable de la que se debe partir siempre con una maravillosa sensación de haber vivido una experiencia completa e incompleta a la vez.
Supongo, claro, porque yo no he estado. Y eso es muchísimo peor que haberte dejado cosas por ver y hacer.
Sea como sea, me alegro que no te defraudara lo más mínimo.

k dijo...

Supongo que Nueva York no es una ciudad para visitar en una semana, se ponga el caminante como se ponga. Necesita por lo menos un año. Lo digo en serio. Ya lo verás.

Antígona dijo...

Querida K, ¿setecientas fotos? Joder, debes de haber hecho callo en el dedo :P

Leyéndote, me has recordado un montón a lo que fue mi propia experiencia en Nueva York. Debía yo llevar la misma cara de alucinada, la misma tortícolis... Y sí, estoy de acuerdo, la gente es muy agradable, acabé hablando con desconocidos en varias ocasiones e incluso, atrevida de mí, acepté una invitación para ir al cine a ver una peli de Almodóvar de uno de los guardianes del Metropolitan.

Creo que iba todo el día por ahí con la boca abierta, presenciando escenas que nunca hubiera esperado encontrarme, simplemente mirando a la gente.

No me extraña que estés fascinada, porque no me cabe ninguna duda de que New York es una ciudad fascinante. Y también en eso estoy de acuerdo: como para vivir un año en ella y aún seguir flipando.

¡Un beso!

k dijo...

Pues no te creas, Antígona: no es tan difícil sacar cien fotos por día. De hecho, muchas se quedaron sin hacer, fijo.

Yo también hablé con desconocidos. Una chica me habló en un Dunkin Donuts (en Chelsea, por la ventana se veía el Empire State iluminado de verde, blanco y amarillo para celebrar la llegada de una gélida primavera). Me dijo después de mirar mi guía "Where are you from?". Yo contesté "I'm from Spain". Y, claro, ¿qué dijo ella a continuación? Pues lógico: "Española, qué nice, qué cool". Después de charlar un rato hasta me dio su email y su teléfono, diciéndome que si alguna vez volvía a Nueva York y necesitaba algo, no dudara en llamarla. ¿Un encanto o loca perdía? Nunca lo sabremos.

Gracias por dejar un rastro aquí. Pensé que era tan largo que nadie lo iba a leer. Lo de jafatron es por no trabajar.

Antígona dijo...

¡Pero cómo no lo íbamos a leer con toda la expectación que nos habías creado con tu viaje a Nueva York! :P

Para largo el mail que te estoy escribiendo, ¡a ver cuándo lo termino, coñe! Pero tú vete ya cogiendo fuerzas :)

¡Un besote!

Gata Vagabunda dijo...

Ay, K... Es un post precioso.
¿Me lo cuentas otra vez?


(Y no voy a decir más, que por desgracia te estoy leyendo con demasiados días de retraso).

k dijo...

Gracias, gatiña :) Te lo cuento todo cuando quieras. De hecho, pronto, seguro.