19 febrero 2008

The graduate, Mike Nichols, 1967

Ben mira a su alrededor y no entiende nada. Acaba de terminar sus estudios, es un estudiante brillante con un futuro prometedor ("Plastics!", le sugiere un amigo de sus padres con aire de estar abriéndole las puertas del paraíso). Todas las muestras de afecto, todas las palmadas en la espalda, todo el ruido de su entorno solo contribuyen a aumentar su confusión, su desorientación y su desamparo.

No consigue compartir el entusiasmo de sus padres, todo orgullo, a los que mira como si fueran seres extraterrestres. No sabe quién es, no sábe dónde está, ni dónde quiere ir, ni qué quiere hacer. Mira a su alrededor y no entiende nada.

Se zambulle en la piscina de sus padres, dejando pasar el tiempo con indolencia y fingiendo que nada le importa. Se pone las gafas de sol a modo de barrera contra el mundo, soporta con estoicismo el ridículo de pasear desde la cocina hasta el jardín con un traje de submarinista que no ha pedido ni desea tener. Es el éxito en el que los demás desean mirarse, pero no hace más que seguir el camino marcado, tal vez por falta de arrojo para construirse uno él mismo.

El buzo dentro de la pecera en la secuencia que abre la película, con el rostro ensimismado de Ben en primer plano, es el símbolo de su aislamiento. El silencio abombado que se produce cuando mete la cabeza bajo el agua es el único lugar donde se siente seguro.

Ben, ¿qué estás haciendo?, le pregunta su padre. Bueno, dice él, sólo estoy flotando aquí, en la piscina.

Todo el mundo le cae mal, todo el mundo le molesta. Su único contacto aparentemente humano es la relación con la señora Robinson, que le manipula, le utiliza y le humilla, además de darle lo que cualquier chico de su edad querría, pero sin hablarle. Solo en una ocasión logra que ella le conteste. Es el principio del fin.

(Dadas las circunstancias, me alegra enormemente poder ver esta película y sentirme identificada con Ben y no con la señora Robinson. Sé que es un mal chiste porque también es la pura verdad.)

Después aparece Elaine, con su belleza y su inocencia. Ben puede contarle la verdad, o parte de la verdad: "siento la necesidad de ser grosero todo el tiempo, ¿sabes lo que digo?" Ella le contesta sonriendo "sí, lo sé". "Es como si estuviera jugando algún tipo de juego pero las reglas no tienen ningún sentido para mí… están hechas por la gente equivocada… no, no, ni siquiera las ha hecho nadie, parece que se hacen solas".

Y después comprende: "eres lo primero que me gusta en mucho tiempo; la primera persona que soporto".

No es difícil elegir un camino en una circunstancia así, ¿no? Aunque todos los demás condicionantes se pongan en contra, o precisamente por ese mismo motivo. "¡Es demasiado tarde!", grita la bruja del cuento, la señora Robinson. "¡No para mí!", le contesta su hija, retadora y rebelde, mientras el héroe mantiene a raya a la multitud blandiendo un crucifijo. Happy end.

Pero hay algo amargo, algo que escuece.

Es el duro plano final, largo hasta la conciencia. ¿Qué pasa ahora? ¿Dónde vamos, qué hacemos? ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Para qué ha servido todo esto?

Creo que por eso todo el mundo habla siempre de una segunda parte de El graduado. ¿Quién no tiene curiosidad por ver cómo se las arreglan, cuánto tiempo tarda en romperse su matrimonio? Hay tanto de verdadero en su relación, de conmovedor en su inocencia, de simple en su esperanza de romper las reglas y hacer una revolución a su medida. Es cierto, así se viven las cosas con veinte años. Y después vienen los treinta y los cuarenta, el éxito económico, los hijos, el aburrimiento, la soledad otra vez.

Qué película más dolorosa. Lo peor no son las verdades que cuenta.

Lo peor son las verdades que amenaza.

3 comentarios:

Gata Vagabunda dijo...

Ay... Es que en las películas de finales pseudofelices nunca sabemos qué ocurrirá después. Si hacemos caso a las estadísticas, uno de cada dos acabará en divorcio. Una posible respuesta.

Es curiosa tu reflexión sobre "El graduado", porque escarbando en el túnel de mi memoria, diría que la recuerdo como sarcástica y algo melancólica, pero no dolorosa. Creo que cuando vuelva a visitarla no podré evitar mirar a Ben a través de tus ojos.

k dijo...

Es algo que siempre me he preguntado: después del "The end"... ¿qué pasa? Pero bueno, siempre he sido un poco aguafiestas...

El graduado es sarcástica y melancólica, sí, más que dolorosa, tu memoria no te engaña. Son más bien las lecturas que hago yo, un poco salidas de madre: a mí la verdad, aunque se me presente de forma sarcástica, siempre me suele resultar dolorosa. Y tengo más defectos :)

Izan dijo...

Mira K, yo, al revés que tú, me planteo el cine, las pelis, tal y como vienen. No te digo que no me pregunte que pasa después con Ben y Elaine tras bajar del autobús. Pero, en mucha medida, la disfruto sin más, la doy por zanjada, sino me volvería loco jajaja