18 noviembre 2006

Amor

Había algo en mi cabeza cuando me he levantado de la cama para escribir. Palabras, frases, algo que explicar.

Era algo sobre el amor. Sobre el amor que no puedo sentir, el que no puedo dar. Porque no está dentro de mí.

Era algo sobre lo que tengo que decirle. Algo que se parece a lo que dice Fito: quisiera haber querido lo que no he sabido querer.

Algo sobre las diferencias. Diferencias entre nosotros que no son insalvables, no son el problema, salvo una: la diferencia en el caudal de amor.

Su amor me arrolla, me envuelve, me protege del mundo y de mí.

(Esto era.)

Su amor me protege de mí. Y del mundo. Me quita el miedo. Todos los miedos excepto el miedo a no estar a la altura, el miedo a no querer, el miedo a terminar haciendo daño. Es decir, la convicción de que terminaré haciendo daño. No da igual. No te quiero pero te quiero un poco. Lo suficiente como para que me haga sufrir la perspectiva de verte sufrir.

Y qué. Y cómo. Y adónde ahora.

Cómo me enfrento a tu dolor, a mi dolor. Cómo renuncio a ti. Quiero estar sola, pero no tan sola. Y no quiero atropellarte con una apisonadora.

Y no hablar con nadie de esto. No lo sabe a nadie, lo grito al mundo. Es lo mismo.

Tengo que enfrentarme a la verdad. La verdad. Siempre he sabido que es un error. Cuánto tiempo voy a dejar que el error perdure. Cuánto tiempo voy a dejarte vivir en esta especie de mentira. Y a mí.

Y cuánto tiempo voy a dejar pasar, aumentando cada segundo las toneladas de dolor, o de humillación, de engaño, todo eso.

Qué miedo da la verdad. Qué fea es cuando la miras a la cara.

No hay comentarios: