Luces de navidad
Acabo de oír en televisión una frasecita de ésas que hacen pensar cuando te apetece pensar.
(Por otra parte, es bien cierto que cuando me apetece pensar no necesito de mayores estímulos.)
La frase era más o menos: "Si repasas un año en tu mente y no te hace llorar, de alegría o de tristeza, considera el año perdido". Lo dice John Case en Ally McBeal (ustedes perdonen).
En tres días entra diciembre. Un mes especial, lleno de luces, de buenos deseos, de buenos propósitos, de balances, de buenos rollos, de esperanzas. De críticas, de hipocresía, de contradicciones, de juegos de espejos, de decepciones.
Es el mes que mucha gente usa para mirar atrás y repasar lo que ha sucedido, lo que ha hecho y dejado de hacer. Y también para mirar adelante y hacer planes que no cumplirá.
(El futuro no existe. Pero en diciembre preferimos olvidarlo.)
Caminas por las calles de las ciudades y están engalanadas con bombillas que aún no han sido encendidas. Salvo en los centros comerciales, donde empiezan demasiado temprano a vender la fecha.
(¿Nadie les ha recitado el refrán español sobre la ausencia de relación entre el madrugón y el amanecer? Me pregunto si su pretensión es eliminar las aglomeraciones del día 24 a las seis de la tarde, me gusta creer en una inocencia invencible.)
En fin. Yo no recuerdo haber hecho nunca balance en diciembre ni tampoco planes. Algunos llaman pesimismo a la conciencia de la realidad. Tal vez lo sea.
Supongo que si dedicara un rato a hacer ese repaso de lo que ha sido este año, encontraría ese llanto redentor.
Es fácil sentir que la vida no se te está escapando.
Aunque sea mentira.
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