30 noviembre 2006

Hubo un tiempo

Hubo un tiempo en que escribía. Era un foro en el que cada semana había que escribir un relato corto (menos de 4.000 caracteres) y después votar los relatos de los demás. El premio del ganador era (además del placer de saber que había gustado) poner un nuevo tema para la semana siguiente. El foro sigue existiendo aunque el ambiente ha cambiado y yo apenas lo frecuento ya.

Hoy estaba navegando por mis carpetas y he encontrado uno de los relatos. Me ha parecido bien ponerlo aquí. Aunque ahora me lo estoy pensando. Tengo una carpeta que se llama "Morralla". En ella guardo papeles sueltos, reflexiones que me daban pie para los relatos, frases que no se llegaron a convertir en nada más, embriones de relatos que no llegaron a nacer. Es una especie de estantería de frascos de formol con pequeños monstruos guardados en su interior.

Esto lo escribí en octubre de 2004. Me jode, no saben cuánto, no sólo no haber avanzado desde entonces, sino haber retrocedido. El tema de aquella semana era "Cuando me echaron del paraíso".

···············································

Cuando me echaron del paraíso.

Si miras a tu espalda, paraíso es todo lo perdido. A veces es igual que en ese momento todo te pareciera amargo. El tiempo o tal vez la constatación de que la amargura se multiplica, ponen una pátina de miel sobre los recuerdos.

Tierra de cuatro ríos.

Árbol del bien y del mal. Al probar su fruto, tus ojos se abren.

Potestad divina: diferenciar el bien del mal.

Pérdida de la inocencia.

"He ahí al hombre que ha llegado a ser como uno de nosotros por el conocimiento del bien y el mal. No vaya ahora a tender su mano y tome del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre".

La única diferencia, pues, entre el hombre y dios es la inmortalidad.

Expulsa al hombre del paraíso por el peligro de que coma el fruto del árbol de la vida.

La mujer tiene dos opciones: comer el fruto del árbol de la vida o comer el fruto del árbol del bien y del mal. Entre la inmortalidad y el conocimiento, elige el conocimiento.

Para ser como dios, para ser dios, es preciso el conocimiento. El discernimiento.

Lo que ocasiona la pérdida del paraíso es la pérdida de la inocencia. Pero el paraíso no es la inocencia. La inocencia es la llave.

··············································

Y éste es el relato:

La pregunta de Adán.

Supongo que fue cuestión de suerte. Nosotros en realidad no teníamos ningún interés en ser como dios. Con esa cara de amargura que tenía, pese a toda la belleza que había creado.

Cuando nos dejó allí nos dijo que podíamos comer los frutos de todos los árboles, excepto de aquellos dos. Es necesario decir que ni eran los más hermosos ni sus frutos los más apetecibles.

No teníamos ningún interés, insisto. Al menos al principio. Pero al cabo de un tiempo, porque aunque no se menciona en los papeles, con el día y la noche dios también creó el tiempo, era tan aburrida tanta felicidad. No es que me queje. Reconozco que ahora la echo de menos algunos días. Pero entonces toda la bonanza, toda la prosperidad. No estoy intentando excusarme. No me arrepiento de nada.

El caso es que a base de pasear, disfrutar, sonreír, amar, terminamos por conocer algunos sentimientos nuevos. El primero en aparecer, el más dañino, fue el hastío.

En nuestras largas conversaciones alguna vez entraron aquellos dos árboles. Comenzamos a sentirnos atraídos por el incongruente veto. No entiendo, después de tantos años, por qué tuvo que prohibirlos. Esa prohibición fue en realidad su único atractivo. Por lo demás eran mezquinos, insignificantes. Creo que podría haber pasado mucho tiempo sin que nuestra atención se concentrara en ellos. Tal vez comprendió que de otro modo jamás nos habríamos acercado.

No fue culpa de nadie. Por supuesto, no hubo ningún animal maligno e instigador. Fuimos nosotros solos, fue nuestra curiosidad. Una tarde lo echamos a suertes. A ella le tocó el del discernimiento y a mí el de la vida. Sólo que ella probó primero.

Y cuando probó, cambió la expresión de su rostro. Tuve la sensación de que algo había ocurrido dentro de ella. Con mi fruto aún en la mano, me acerqué a probar el suyo. Quería compartir con ella esa forma extraña y nueva de mirarme, de mirarlo todo.

Y cuando yo probé, comprendí. Un calor dentro de mí. Es difícil de explicar. Y una pregunta. Sobre todo, la pregunta.

Por qué.

Ella me miró y dijo:

—¿Por qué?

Y yo asentí.

Nunca su cuerpo me pareció tan bello como entonces. No es cierto eso que dicen: no nos cubrimos, no nos escondimos. Fuimos en busca de dios y le preguntamos:

—¿Por qué?

Y dios comprendió que habíamos probado el fruto del árbol del conocimiento.

—En muy poco os diferenciáis ya de mí. Fuera de este jardín está el mundo. Si lo deseáis, exploradlo. Si probáis el fruto del otro árbol, seréis iguales a mí, porque os concederá inmortalidad. Pero, os lo aseguro, no es un buen regalo. Si queréis, podéis creerme.

Le creímos. Nos fuimos de allí porque comprendimos que la felicidad no convive bien con las preguntas. Lo estuvimos pensando y finalmente nos quedamos con las preguntas. No era posible permanecer en el jardín sin la llave de la inocencia.

Lo demás es historia. Ustedes la conocen bien.

····················································

En fin. Perdonen el ladrillo.

No hay comentarios: