30 noviembre 2006

Desorden

Bolsas en el suelo. La mesa llena de discos, libros, una goma para el pelo, un cenicero lleno de colillas. El bote de colacao esperando a mañana por la noche.

Una serie de malas costumbres, como ver demasiada televisión. Un televisor que apenas ofrece imágenes que merezcan ser vistas.

En el trabajo soy capaz de hablar durante dos horas sin parar. Y después otra hora más.

Y sin embargo el contacto con la gente me espanta. Suena el teléfono y no quiero cogerlo, no quiero intromisiones, ni interrupciones. No quiero hablar con esa amiga que me llama para saber qué tal me va.

Y después echo de menos el contacto, tomar una caña y sentirme tranquila y a gusto.

Me gusta la gente, no me gusta la vida social. Me gusta el orden, no me gusta ordenar. Me gusta la charla, no me gusta fingir que me gusta la conversación que estoy teniendo si no es verdad.

No sé si es que soy exigente o si lo que de verdad ocurre es que no sé quién soy. No sé si me desagrada la gente o me desagrado yo misma.

Luego soy la típica gilipollas que siempre hace un comentario chistoso o amable a la cajera del supermercado.

Odio caer mal a la gente, me paso la vida sonriendo sin ganas. Tal vez sea eso precisamente.

Y odio escribir sobre estas cosas. Tengo por ahí muchas otras y nunca salen cuando me siento aquí con los dedos sobre el teclado.

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