Madrid
Mientras sorteábamos el millón de coches apelotonados en la A6 mi hermana comentó: "no volvería a vivir aquí ni aunque me pagaran un millón al mes". Mi prima conducía. Yo no me lo pensé demasiado, dije: "yo, por un millón, sí; y por menos, también; por tres mil euros lo haría". Mi prima contestó: "pues yo vivo con mil y poco".
Ella es una urbanita convencida. Ha estado un par de años viviendo en una capital de provincia y volvió porque sabía que no iba a ser capaz de aguantar un año más.
Me fui de Madrid hace (¿cuánto hace?). Supongo que cinco o seis años. Cuando me fui estaba cansada de las aglomeraciones, de los eternos trayectos en metro, de los trabajos frustrantes, de no tener ni un duro, de mi vida también (de la cual la ciudad no tenía la culpa; esto, al menos, lo sabía). Entonces necesitaba darle la espalda a todo aquello, poner tierra de por medio. Me fui con una frase, no sé si de Horacio, colgada en la maleta: "quien surca los mares cambia de cielo, no de alma". (También hay un poema de Cavafis.)
Bueno, cambiar de aires no es la solución pero ayuda. A mí me ayudó, por lo menos. Pude volver a empezar en algún sentido y ahora sigo volviendo a empezar y siempre estaré volviendo a empezar si hace falta.
Este fin de semana he estado en Madrid. Sólo el sábado, y en ningún sitio conocido. No pude dar el paseo Callao – Sol – Ópera – Oriente que me gusta tanto, ni pude bajar por la cuesta de Moyano y caminar después junto al jardín botánico con la banda sonora de los coches en el empedrado, ni pude ir a la fnac, ni nada de nada. Un viaje a Madrid que no ha sido un verdadero viaje a Madrid. Salvo por la gente, y tal vez por esa sensación de alivio por haberme ido.
Y también la otra sensación. La de añoranza del anonimato, de caminar por la calle perdida entre la gente y no ser nadie.
Echo de menos algunas cosas: los cines de versión original; a algunos amigos que no he vuelto a ver aunque sé que me siguen queriendo y se acuerdan de mí; la sensación de que todo es posible, la amplitud de los horizontes más allá de los grandes edificios; tal vez la sensación de estar en el centro de algo, o cerca.
Y es curioso, porque estos que leéis ahora fueron los argumentos que usé para irme corriendo de allí, dados la vuelta como un calcetín sucio. Quería que la gente que me cruzara por la calle conociese mi nombre, ser grande en relación con mi entorno, pasear cerca del río, estar cerca de mi familia, no podía ir al cine porque no tenía dinero, no podía aprovechar ninguna de aquellas grandes oportunidades que se suponía flotaban por ahí.
No quiero volver a vivir en Madrid. Pero me gusta volver de vez en cuando y enchufarme en las venas la vida de la ciudad. Me gusta mucho entrar cuando todos salen y salir cuando todos entran. Seguir sintiendo que es mi ciudad, que me acepta y me acoge y me dice que puedo volver cuando quiera.
14 comentarios:
Para mí Madrid solo es un lugar que está en el centro de la Península, y cuyas vivencias los señores del telediario piensan que les interesa a todo el resto del Estado. Apenas la conozco más que de manera superficial, fruto de hacer un poquito de turismo. Me impresionó la monumentalidad de algunos de sus rincones y vagué horas caminando entre cuadros, maravillada. Pero no sentí nada especial callejeando. No conecté con la ciudad ni su carácter. No sé realmente qué carácter tiene Madrid, y eso es algo que nunca me había sucedido en ninguna otra ciudad, ni de aquí, ni de Europa, ni del lejano Japón. La abandoné con la sensación de que era un sitio inhóspito para vivir.
Lo es en la medida en que cualquier ciudad lo es. Más que inhóspita, inhumana, diría yo. Eres demasiado diminuto. Al menos es lo que a mí me molestaba de vivir allí. Eso y los sobacos de la gente en el metro. Pero en el metro he leído más que en cualquier otro sitio, de modo que el tiempo que viví en Madrid es el tiempo que más he leído en mi vida.
El carácter de Madrid es cálido. Todo el mundo es de fuera, no es difícil hacer amigos. No es la frialdad de la gente del norte, con la que te cuesta conectar durante un tiempo, hasta que se acostumbran a verte y luego un poco más, y tampoco es la excesiva (a veces) calidez del sur, que puede abrumar a los que vamos del norte (yo, gallega de Ourense, por si no te habías dado cuenta) :). Es una ciudad que vive mucho en la calle, en los bares, en las aceras.
Yo creo que no es inhóspita. A mí me gusta, no sé... No volvería si no fuera por mucha pasta :) pero me gusta.
Algunos agonizamos en esta ciudad permanentemente, k. Hay días que parece transitable y hospitalaria. Otros como hoy, un tanto siniestra y fría.
Es una ciudad donde cuando lloras tu frustración nadie te escucha. Para bien y para mal.
Lo bueno que tiene es que es una ciudad que atrae a la gente. Pero la gente viene y va. Sobreviviremos. Siempre sobrevivimos.
Me gusta la cita de Horacio. Quiero decir, no es que me guste ya que me parece muy triste, sino que me parece lúdica. Tristemente lúcida :)
A mí me gusta Madrid, me gusta mucho. Me gusta la calidez de su gente, su carácter desprendido, su amabilidad casi despiadada. Tiene todos los inconvenientes de una gran ciudad, por supuesto, eso es inevitable, pero no te sientes tan pequeño como en otras orbes de su tamaño, tan desamparado. Esa es mi experiencia al menos.
Se me ocurren otros sitios muchos peores donde vivir, la verdad. La ciudad donde vivo sin ir más lejos.
Un saludo.
Felson
Lagarto, todas las ciudades y todos los pueblos son así. El mismo día pueden ser hospitalarias y siniestras. Somos nosotros, no ellas: nuestra alma, ésa que no cambia. Yo sé que a ti Madrid te gusta. También te gusta odiarla, es parte del juego. ¿Qué haríamos si no nos atormentáramos?
Felson, casi podría decirte lo mismo. El lugar rara vez tiene la culpa, me parece.
ME ALEGRO DE VERTE DE NUEVO DÁNDOLE A LA TECLA SIN CESAR.
PASARÉ DE VEZ EN CUAND DE PUNTILLAS Y SIN HACER MUCHO RUIDO, INTENTANTO LEER ALGO DE TODO ESTO.
MIS COMENTARIOS SERÁN ESCASOS, YA QUE NO TENGO EL SUFICIENTE ATREVIMIENTO PARA ELLO.
CUIDATE Y UN SALUDO DESDE EL CONTINENTE NEGRO
Y yo me alegro de verte aquí, mucho más de lo que puedas imaginar.
En lo que a mí respecta, puedes hacer todo el ruido que quieras. Leerlo todo no es obligatorio, que ya sabes que yo soy muy estirada y bastante coñazo.
Y, por favor, siempre, siempre que tengas algo que decir, dilo. Ya sabes que me gustan las collejas.
Otro saludo desde el continente blanco (dicen que nieva, en fin).
Es curioso porque yo me fui de Madrid (sería más correcto decir que me sacaron de Madrid) a los 13 años y hasta esa fecha mi vida se reducía a hacer vida de barrio, de casa al colegio y del colegio al parque (vivía en el Barrio de la Estrella) y quizás algún sábado iba con mis padres al centro o algún museo, pero por lo demás mi vida no era muy distinta a la de la vida en una pequeña ciudad. Luego vine a Pamplona, y entiendo que las razones que te llevaron a ti a marcharte de Madrid son las que añoramos los que vivimos en una ciudad pequeña, desde luego toda ciudad tiene sus inconvenientes, pero desde esta pequeña ciudad echo de menos el bullicio de Madrid,me contento con visitarla de vez en cuando...
Es lo que mas me gusta de las grandes ciudades: que nadie te conoce ni te juzga. No es que en la mía vaya por la calle siendo saludado al doblar cada esquina, pero no es menos cierto que te sueles encontrar, a menudo, al que no querías volver a ver en tu vida.
Hace un año entré en el metro de una ciudad de unos 10 millones de habitantes, no la mía que no tiene ni metro, y vi a un individuo con un tigre de peluche cosido a la gorra... creo que fuí uno de los pocos que le miró y, desde luego, nadie más lo hizo por segunda vez.
Lo mejor del bullicio de Madrid es cuando te piras y los dejas allí a todos... también a veces creo que eso de que "nadie te conoce" es un mito urbano. Si vives mucho tiempo en el mismo barrio, al final el barrio es tu pueblo, conoces al panadero y al kioskero y todo más o menos así. Lo que sí es cierto es que en diez minutos de metro ya estás en otro mundo, donde nosotros los periféricos necesitamos igual cuatro horas.
Por ejemplo, Caña de España, en Madrid fijo, fijo, que todo el mundo te miraría si te pusieras una gorra así para ir en Metro... por lo menos en el Madrid que yo recuerdo...
Ah, no estoy de acuerdo, k. No es un mito urbano. Madrid, más que un conjunto amorfo de cemento y semáforos, es un estado de ánimo. Madrid invita a no mirar, a no sentir, a no preguntar. A no vivir en público, de alguna manera. Debe ser un exceso de pudor en la inhalación y un defecto excesivo de pudor en la exhalación. No sé si me explico. Bueno, sí lo sé; no me explico :)
A no mirar es cierto que allí te acostumbras rápido. Costumbre sana que conservo, por cierto, bastante intacta.
Pero también es verdad que la gente que no me habla en mi pueblo me la he encontrado en Madrid y me ha saludado con algo que se parecía sospechosamente al cariño...
K, tienes un blog estupendo.
(Ya sé que no venía a cuento, pero es la verdad).
Vaya, muchísimas gracias. Teniendo en cuenta tus gustos y tu propio blog, me siento muy halagada :)
¡También se puede criticar, eh, que no me enfado!
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