15 enero 2007

Aprendizaje vicario

Estaba releyendo el post de ayer (por cierto, pensé que nadie se tragaría semejante ladrillo, muchas gracias por los comentarios). Y mientras lo leía se me ha ocurrido pensar qué sabemos nosotros sobre envejecer. Una persona de treintaypico (pocos…) escribiendo para gente de (más o menos) esa misma edad. Asistimos a las reflexiones que escriben o ruedan sobre el tema esas personas que saben (y pueden) hacerlo y suponemos que nos pasará lo mismo a nosotros. Creemos que lo entendemos, incluso nos podemos imaginar que sentimos eso.

Pero, ¿qué sabemos en realidad de lo que significa mirarse al espejo y ver un rostro anormalmente hinchado, unas arrugas que nunca antes habíamos conseguido imaginar, una capa de grasa extra en algún sitio, un dolor por hacer un esfuerzo que antes no representaba un problema, la sensación de ser cada vez menos útiles? ¿Qué nos quedará a nosotros en el sótano para entonces? Sabemos que una persona de sesenta o de setenta años se ve a sí misma igual que se ha visto siempre (del mismo modo que nosotros nos vemos ahora igual que cuando teníamos veinte, sólo que un poco más desencantados o menos esperanzados y sabiendo alguna cosa más, es decir, sintiéndonos un poco más listos), pero ve también que hay cosas que se van perdiendo. No son grandes cosas, sino cosas pequeñas.

(Al hilo, una frase de John Irving que he leído esta tarde, de la relectura de Hasta que te encuentre: "De este modo, acumulando sucesos que tanto pueden medirse como no, nos roban la infancia, no siempre con un solo suceso trascendental, sino a menudo mediante una serie de hurtos menores que, sumados, equivalen a la pérdida misma".)

El caso es que sabemos que lo viviremos (si no somos tan tontos como para pensar "eso a mí no puede pasarme"). Se llama aprendizaje vicario: lo que aprendemos a través de la experiencia de los demás. Muchas veces me pregunto hasta qué punto puede una persona empatizar con algo que no ha vivido.

Hablo con mi amigo, que tuvo un accidente de tráfico en el que alguien murió; le escucho y creo que le entiendo. Le digo las palabras que creo debo decirle. Creo que le entiendo, pero no le entiendo, en realidad. Supongo que no, quiero decir. Él, desde luego, cree que no. "Tú no lo has vivido, tú no estabas allí". Y es cierto. Ni siquiera, miedo me da decirlo, se me ha muerto nadie realmente querido todavía. ¿Qué puedo saber yo? ¿Qué puedo decir?

En Una mujer difícil, John Irving (otra vez, disculpad) hace una reflexión sobre ese tema. Su protagonista, una escritora que incluye una viuda en una de sus novelas, se encuentra con una lectora, una auténtica viuda, que le reprocha el que escriba algo sobre lo que no tiene experiencia, motivo por el cual no puede comprenderlo de verdad. Y, en el colmo de la maldad (Irving hace de esta lectora resentida un símbolo de todos los que leen sin comprender, o de todos los que se deslizan hacia el fanatismo), la mujer le desea a nuestra escritora que alguna vez sepa lo que significa realmente ser viuda. Bueno, a este personaje le ocurre más tarde esta desgracia y si no recuerdo mal concluye que lo que siente de verdad no es tan distinto a lo que imaginó que sentiría.

Lo que quiero decir es que sí podemos saberlo. Yo creo que sí. No es lo mismo, nunca es lo mismo, sentir que imaginar que se siente. No es lo mismo vivir que soñar que se vive. No es lo mismo viajar que fantasear con un viaje o que leer un Trotamundos ni ver las fotos de billywild es lo mismo que vivir en Nueva York.

Pero, a falta de vidas, buenas son las novelas, las películas, la imaginación. No tenemos tiempo de ser todo lo que querríamos ser. Quizá no lleguemos a vivir hasta saber qué se siente por envejecer. No veremos todas las puestas de sol en todos los lugares del mundo. Las elecciones implican, sobre todo y ante todo, renuncias.

Por lo tanto, vivamos también de forma vicaria. Algo quedará.

1 comentario:

desconvencida dijo...

No todo el mundo tiene la empatía suficiente para ponerse en lugar del otro, pero a veces sí que se consigue (aunque siempre con la distancia que da el no haber vivido esa situación), basta con hacer un pequeño esfuerzo.