09 enero 2007

El tercer hombre o la muerte de la lealtad.

Bueno, no es fácil apagar la tele (sobre todo los martes). No sé si llamarlo costumbre o si perder el miedo a las palabras y llamarlo por el nombre que de verdad creo que tiene: adicción.

No hay nada que ver, lo que hay no interesa, adocena, adormece, incluso cabrea, pero no te puedes ir, porque pensar en hacer cualquier otra cosa te produce una pereza invencible.

Ayer, para luchar contra esta malsana afición a no hacer nada de provecho, por la tarde me fui de compras y volví con un reproductor portátil de dvd. Parece un contrasentido, pero no lo es, no para mí, al menos.

Estar sentada en un sofá viendo cine no es lo mismo que estar sentada en un sofá viendo anuncios de televisión. Sobre todo si después te sientas aquí y escribes algo.

En fin. Puse El tercer hombre, porque había visto aquí una hermosa descripción del último plano que me dio ganas de recuperar la fotografía en claroscuro, las sombras gigantes, los encuadres torcidos heredados directamente del expresionismo, la cara de niño pícaro de un Orson Welles exquisitamente rasurado. (¿Por qué su cara en esta película me recuerda al aniñado Tim Robbins de Cadena perpetua?)

Tengo un amigo que opina que a un amigo hay que apoyarle siempre, haga lo que haga, y que en eso consiste la lealtad. Lo que hace Joseph Cotten / Holly Martins en Viena es traicionar esta amistad por otro principio. ¿Qué principio es más importante que la amistad? ¿Qué clase de amistad de la infancia tiene? ¿Cómo la valora? ¿Por qué la desecha?

La decepciónde ser engañado; la actitud chulesca de Lime con respecto a la mujer que lo ama; la conciencia que despierta al ver las consecuencias de los actos de su amigo; la esperanza de conseguir el amor de Anna; el respeto por la rectitud del mayor Calloway, tal vez también. La acción de Martins está perfectamente explicada y es comprensible. Pero.

El momento ya cercano al final (después de la archifamosa persecución en las cloacas) en que las miradas de los dos amigos se cruzan es muy ambiguo. Le deja al espectador la puerta abierta a las dudas. ¿Harry Lime no quiere o no puede escapar? ¿Necesita el tiro de gracia para morir? ¿Le suplica con los ojos esa muerte a su amigo? ¿Se da por vencido? Estas dos últimas ideas no son muy coherentes con el resto del fortísimo personaje fabricado por Orson Welles. Salvo tal vez la parte que vemos a través de los ojos y los recuerdos de su amigo.

Y, para compensar esta traición, tenemos la actitud de permanente lealtad que muestra Anna, tal vez demasiado forzada o demasiado inocente. Por qué no decirlo, un poco idiota. Pero en eso consiste la lealtad, al fin y al cabo. "Pobre Harry", repite en más de una ocasión. Y el espectador piensa, "Sí, menudo pájaro, Harry". Y sin embargo, ese posicionamiento moral tiene algo de correcto.

Por otra parte, qué genialidad en el uso del fuera de campo. El personaje de Harry Lime, en torno al cual gira toda la historia, no sólo no defrauda al tomar cuerpo sino que supera con creces cualquier idea previa que nos hubiéramos podido hacer. Este detalle me recuerda a la Lola de Todo sobre mi madre, la enorme decepción: cuando fabricas un personaje demasiado grande a través de los otros personajes, tienes que tener cuidado a la hora de darle una existencia real. Carol Reed y Orson Welles lo bordan; no era fácil pero hacen que lo parezca.

Y la última mención al que suele ser el gran olvidado en esta película cargada de grandes personajes y grandes interpretaciones: Trevor Howard, elegante, respetable, respetuoso, irónico, casi seductor, recto, fiel a sí mismo. Un verdadero sheriff.

Y un pero. Esa manía de las voces en off iniciales, tan molestas. Probablemente en el año 49 le hacían falta al espectador para entender el contexto (aunque ya lo dudo). Hoy son un verdadero coñazo.

3 comentarios:

Gata Vagabunda dijo...

Pues mira que yo no soy muy amiga de las machacantes voces en off (véase por ejemplo la reciente "El camino de los ingleses") pero la voz en off de Holly abriendo la película me encanta: "I met the old Viena before the war..."

La aparición del "tercer hombre" no sólo no decepciona. Es que es lo más redondo de toda la película. El gato que ronronea, restregándose en sus pies, la luz que se enciende, la mirada perpleja, la sonrisa de Welles, la desaparición en la noche. Maravillosa.

desconvencida dijo...

buenas noches K, cuántas veces siento lo mismo que tú dices ante la televisión, dejo perder el tiempo mirándola (por algo la llaman la "caja tonta") cuando podría estar haciendo algo más provecho como leer cualquiera de los libros que tengo empezados hace meses... en fin, me alegro de que aquel post haya servido de idea inicial para uno tan bueno como éste, me encanta el análisis que haces de la película :)

Anónimo dijo...

Más me alegro yo de que te haya gustado el post, carajo. Gracias.

Gata, la verdad es que ese par de planos merecen el lugar que ocupan en la mitología cinéfila mundial :)