29 mayo 2010

Treme

Treme es una serie. Creada por David Simon, el responsable de The Wire, está ambientada en Nueva Orleans tres meses después del paso devastador del huracán Katrina, es decir, en una ciudad destrozada y humillada, pero extremadamente viva, llena de ganas de salir adelante y, sobre todo, llena de música. He visto cuatro episodios y ya no quiero que acabe. Menos mal que después de la emisón del primero, HBO autorizó la segunda temporada.

Nada en esta seria y sincera obra audiovisual es escapismo. En ningún momento busca contemporizar. No es complaciente. Los personajes son sinceros, cáusticos y groseros en sus críticas. Se nos expone una verdad: cómo el sueño americano a veces es una puta mierda. Y sin embargo se las apaña para ser puro entretenimiento.

Nada de lo que pueda decir yo va a servir para nada. Es mejor la imagen, el sonido, el ambiente y el espíritu de Nueva Orleans a través de la pantalla. Sé que a veces (o sea, siempre) son un coñazo estos post llenos de youtubes, pero esto es un favor personal que pido a mis siete lectores: si tenéis unos minutos, dedicádselos. Yo creo de verdad que merece la pena.

Primero, John Goodman. Su personaje, Creighton Bernette, indignado por lo que está pasando en su ciudad, se convierte en uno de los primeros usuarios de Youtube. Sus sapos y culebras no tienen desperdicio. Es versión original, no he encontrado subtítulos, pero os pongo debajo la traducción de lo que dice:



"El Mardi Gras post-Katrina estimula un nuevo debate".

Ay los hijos de puta...

Hola, ¿Youtube? Soy Creighton Bernette, de Nueva Orleans. Sí, aún estamos aquí... Solo quiero deciros algo a todos los que estáis intentando decidir qué hacer con nuestra ciudad. ¡Chupádmela! Decís: "¿por qué reconstruirla?" Yo digo: "¡Que os jodan!" Reconstruisteis Chicago después del incendio; reconstruisteis San Francisco después del terremoto. Dejadme deciros algo: cualquier puta cosa buena que haya en Chicago ha venido de cualquier otro sitio; y San Francisco es un sumidero sobrevalorado con colinas. Para Houston y Atlanta: puedo decir... lamedme los huevos peludos. Os llevasteis a miles de nuestra gente pero, ¿sabéis qué?, todavía sois una mierda. Tenemos nosotros más cultura en un barrio que vosotros en todas vuestras patéticas zonas residenciales juntas. Para Nueva York: que os jodan también. Os ataca un puñado de putos fundamentalistas jilipollas... ¡y el dinero federal os llueve como pétalos de rosa! ¡Toda nuestra puta costa fue destruida y todavía estamos esperando a que a alguien le importe una puta hostia! Pero queréis dar por perdida Nueva Orleans. Cancelar el Carnaval. Dejadme deciros algo: el Martes 28 de Febrero, dondequiera que cojones estéis todos, será solo otro gris, deprimente, patético y jodido martes. Pero aquí abajo... será Mardi Gras. FUCK YOU, YOU FUCKING FUCKS!


Sin palabras.

Después, Antoine Batiste, trombón sin trabajo que vive a salto de mata (interpretado por Wendell Pierce, si habéis visto The Wire os sonará su cara): la presentación simultánea de un personaje y la ciudad a la que pertenece. Y la primera música. Play for that money, boys! Play for the motherfucking money!"



Y, por último, la espectacular cabecera. Los americanos sí saben hacer arte de sus miserias:



(¿A alguien más le recuerdan las primeras notas a la mítica cabecera de Doctor en Alaska?)

Hay más personajes, y de todos se podría (se debería) decir algo, porque es una serie coral donde la protagonista, por encima de todas las cosas, es la ciudad, personalizada en sus habitantes. Me ha recordado el chiste de Jon Stewart sobre la música de Bruce Springsteen (cito de memoria): "escuchándole dejas de ser un perdedor: te conviertes en el personaje de un poema épico... sobre perdedores".

Aunque no. La protagonista, por encima de todas las cosas, es la música.

26 mayo 2010

La Isla siempre será mi hogar

No sabía cómo, le parecía que había una extraña armonía en el hecho de empezar unos cereales nuevos, unos que iban a tener un sabor completamente distinto, el día de la emisión del últmo episodio de Lost, como si de alguna manera ese hecho reforzara el otro, el de que empezaba una nueva vida, una vida sin la espera del siguiente episodio o la siguiente temporada.

―Exageras ― se dijo.

"Lo sé", pensó en respuesta. "Ni que importara". Lo sentía así, como si hace unos años hubiera entrado en un período especial que acababa ese lunes, a las 6.30 de la mañana, con la emisión de ese capítulo final.

Tal vez era porque con el principio de Lost había empezado su nueva vida. Recordaba cómo había empezado a ver la serie, en el ordenador portátil, en la habitación prestada por un amigo el año que llegó. Sintiéndose demoledoramente sola. Asustada y sobrecogida por los nuevos retos. Aterrizada por error en un mundo desconocido. Sin nadie que viniera a rescatarla. Así que estos dos comienzos caminaban irremediablemente de la mano.

Lost había sido su compañía, su referencia, el ancla para no sentirse tan aislada. Y al mismo tiempo el elemento diferenciador, un factor más que la hacía sentirse "especial". Y ahora, en pocas horas, acababa. Y la dejaba un poco huérfana, un poco sola otra vez, la dejaba enfrentada al resto de su vida.

―Qué tontería ― se dijo.

Pero, de alguna manera, así era. Sabía que nunca más volvería la inocencia de dejarse enganchar así, de enamorarse de esa forma de un grupo de personajes de ficción. Eso ya había ocurrido y jamás volvería a ocurrir por primera vez. Es tan importante, pensaba, disfrutar convenientemente de las primeras veces. "Se nos escapa tan a menudo la conciencia de lo irrepetible".

El día llegó. Puso el despertador, se levantó y desayunó los nuevos cereales sin darse cuenta de que, después de todo, no tenían un sabor tan diferente. Se colocó delante de la tele y se acordó de sacar una foto, para inmortalizar un momento que sabía importante. Que era importante porque ella así lo había decidido.

Vio el episodio en una nube de irrealidad, provocada, lo sabía, por el hecho de haber dormido tan poco. Por un error de cálculo vio el final pensando que todavía quedaba al menos media hora más. Cuando acabó, simplemente no parecía cierto. Había acabado.

Por la noche, después de pasar el día olvidando progresivamente esa absurda sensación de desamparo, decidió ver una película. Eligió bien: The Purple Rose of Cairo, de Woody Allen, que le contó cómo podía ocurrir que la ficción fuera preferible a la propia vida en ocasiones, el mejor lugar al que mirar. Y que era hermoso enamorarse de personajes de la pantalla porque ellos constituían todo lo que las personas soñaban. Eran bidimensionalmente perfectos.

La ficción se convirtió en ese lugar donde se podía de verdad creer que la muerte no existía, que no era el final. Y comprendió que en eso consistía la felicidad de las historias inventadas: eran el refugio de las personas sin fe.

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El vídeo a continuación es el último episodio de Lost Untangled, titulado The End y contiene spoilers. Os recomiendo toda la serie Untangled para reíros un rato, de vosotros mismos y en general (y me refiero tanto a los "losties" como a los "no losties"). Muy divertido.



Solamente la canción, con subtítulos en español y muy mala calidad de imagen:

16 mayo 2010

Música para vivir

A veces me pregunto si algún hombre de carne y hueso me hará sentir alguna vez lo mismo que algunos hombres de píxeles y bitrate variable.



(Gracias al hombre que me regaló esta canción y casi me hizo pensar que sí.)

13 mayo 2010

Good and Evil

Con diferencia lo más interesante de Lost: como la vida misma, seguimos sin saber dónde colocar el Bien y el Mal absolutos. Si es que de verdad existen.

La ambigüedad es tal que en ningún momento podemos poner la mano en el fuego por ninguno de los bandos. El que gane escribirá la historia.

Nadie está libre de pecado. Nadie tiene de su parte la Verdad ni la Razón. Todos engañan, manipulan, matan. Todos mienten. Todos creen en su objetivo. Todos podrían estar juntos en el mismo lado.



"Para elegir un bando tienes que considerar los dos."

10 mayo 2010

Errores de concepto

De forma discontinua pero recurrente he estado sola los últimos años de mi vida. Es decir, soltera. En general estoy bien así. Solo de vez en cuando echo de menos realmente la compañía de otra persona y a veces (esto tal vez algo más a menudo) echo de menos el sexo (con otro). Pero no tanto como para desear cambiar de estado. Me gustan muchas cosas del hecho de estar sola y, al llevar tantos años, cada vez me estoy haciendo más maniática, adicta a mis parcelas de libertad, a mis costumbres misántropas, a mi total y absoluta independencia y a dormir y desayunar sin que me den el coñazo. Dicen que esto es normal, no sé si lo es o no, pero desde luego a mí me está pasando. Cada vez deseo menos, qué triste, encontrar eso que llaman amor.

El caso es que la sociedad tiende a pensar que si estás sola quieres dejar de estarlo (como primer objetivo en la vida). En muchas ocasiones me he encontrado en situaciones absurdas con personas que parecen creer que quieres cosas que en realidad no saben si quieres. Cosas que, de hecho, no quieres para nada. No das ninguna señal de quererlas (o esa es tu intención). Pero da igual. Hablas de un tipo que acabas de conocer en el grupo de amigos tomando una caña y comentas sobre él cualquier inocente cosa y alguien te responde: "Sí, su mujer también es majísima". Por si no sabías que tenía una mujer. No sea que se te hubiera ocurrido planteártelo como objetivo.

Esto estropea muchas posibles buenas amistades. Hay hombres que parecen pensar que si eres amable y sonríes, es que quieres algo más. Aunque sea de forma sutil, incluso sutilísima, te dejan caer frases que no hay más remedio (paranoica también me estoy haciendo) que interpretar como señales de que no están disponibles. Una referencia de refilón a la novia, a la suegra o al perro. Un comentario inoportuno sobre que no es un buen momento "para hablar". No vaya a ser. A mí a veces me dan ganas de decir directamente: "mira, me caes bien pero no me interesas nada de nada; baja de la puta parra".

No se puede hacer eso porque vivimos en una sociedad civilizada y el otro pondría cara de (y diría) "¡yo jamás he pensado nada parecido!". Ya. Los cojones. Y mientras no lo aclaras (y no lo aclaras jamás), la sombra de "qué estará pensando que quiero" planea como un cuervo sobre cada frase que intercambias.

Tal vez la solución sería inventarme un novio. Calzarme para diario la alianza que me regaló mi primera (y nunca bastante olvidada) pareja-para-toda-la-vida y ver qué tal así. Tengo la sensación de que solo de esa manera dejaría de sentirme como una amenaza latente para los demás.

Después está la parte en que yo pienso lo mismo del 80% de tíos solteros que conozco. A poco que te dicen un día "qué tal si tomamos una caña", saltan todas las alarmas y empiezas a hacer planes de huida. Ay, dios, espero que de verdad solo sea una caña, como quiera algo conmigo me da un mal. Socorro. Y tú misma le pones cortapisas a esas amistades que podrían ser y no llegan a nada porque no dices desde el principio ese consabido, "vale, pero que sepas que no quiero tener novio" que haría que parecieras una amargada y una gilipollas.

06 mayo 2010

Cosas que me hacen feliz

El poulo:



El olor de la hierba recién segada:



Deshojar margaritas:



Comer con mi padre en un restaurante:



Una caña en una terraza (mejor con buena compañía):



Saber que hay cosas así para mirar (además del arte románico):



Esto último no me lo tengáis en cuenta. Es primavera. Y soy del Madrid (aunque me pese). Y lo mejor de tener un blog es usarlo para confesar cosas inconfesables.

04 mayo 2010

Irse de aquí

Maybe if I try to write (como decía la canción… I’m sick of sitting here try to write this book).

Leo a Cielo Vacío. Su relato sobre un coche, sobre irse, con un final un poco inquietante. Me siento identificada con el principio del cuento, con cierta parte del espíritu del cuento, tal vez porque hoy mismo he sentido algo parecido escuchando esta vieja canción mientras conducía hacia aquí (qué videoclip tan malo, por cierto):



Pero en mi caso el “irse” no tiene nada de metafórico. Me muero por irme. Estoy en ese coche y quiero largarme de aquí, poner tierra de por medio, dejarlo todo atrás, todas esas expresiones de película, tópicas y manidas, que siempre he sentido que me reflejaban tanto.

Cuando era niña, creo que esto ya lo he contado por aquí, solía tumbarme en el suelo, en el campo detrás de la casa del pueblo, a mirar el cielo en verano. Justo en ese punto hay un par de rutas regulares de aviones. Cada cierto tiempo, dos o tres veces al día, un pequeño avión metálico atraviesa ese cielo dejando una estela blanca en el fondo azul que tarda un buen rato en desvanecerse. Yo, tumbada allí, en el suelo, sintiéndome diminuta en el ancho espacio y aún más ancho tiempo, deseaba estar en aquellos aviones. Ir dondequiera que fueran. Volar lejos. Fly away.

Hay otra parte de mí que siempre quiere volver. La parte que mandó cuando volví a vivir aquí, la parte que se acuerda de que en ningún lugar estoy más tranquila, equilibrada y controlada que cerca de casa, la familia, mis cosas. Supongo que, como el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, cuando una mitad manda la otra lucha por recuperar su poder. It makes me feel like half a man. A veces.

El caso es que ayer me compré el billete. El que me va a llevar lejos de aquí por un montón de semanas. El que va a hacer una vez más posible que me acuerde, por encima de las nubes, de aquella niña insatisfecha y aplastada contra el suelo que miraba los aviones y quería volar.

Que ha conseguido (en parte, a veces) ser lo que soñó ser.

29 abril 2010

Love's been good to me, Johnny Cash

Johnny Cash tiene una forma única de hacerte sentir que no estás solo.



I have been a rover
I have walked alone
Hiked a hundred highways
Never found a home
Still and all I'm happy
The reason is, you see
Once in a while, along the way,
Love's been good to me.

He sido un trotamundos
He andado solo
He caminado cien autopistas
Nunca he encontrado un hogar
Con todo, soy feliz.
La razón es, verás,
De vez en cuando, en el camino
El amor ha sido bueno conmigo.

(Y es que, como siempre, la cuestión es cómo te empeñes en verlo.)

24 abril 2010

Viajar es terapéutico

En Milán hacía sol.

De allí me llevé, resumiendo, románico lombardo, arte sacro, la Última Cena, Egon Schiele y Roy Liechtenstein, sonrisas y palabras, el último disco de Jakob Dylan, The Misfits (se os olvidó decirme que también sale Thelma Ritter), el Inter - Barça y un frasco de paté d'oliva.



Es una buena señal cuando en los viajes camino tanto que me caigo muerta en la cama al llegar la noche. Me duelen tanto los pies, los tobillos, tengo tantas agujetas que me cuestan un triunfo los dos primeros pasos del día.



784 fotos que tendré que cribar hasta quedarme con muchas, muchas menos. Y son pocas y malas. Tomo nota, tengo que aprender a encuadrar, a cambiar la distancia focal (parece que le tengo manía al zoom), a pensar. El dedo loco no sirve absolutamente para nada.



Vuelvo como nueva. El pinchazo en la espalda desapareció nada más llegar allí, sería la mochila, y no ha vuelto. Me siento mucho mejor. Esta va a ser la manera.



(Cuatro mierda de fotos de los dos últimos viajes aquí)

14 abril 2010

Todo. Nada.

Hay veces que no hay nada que decir. O no puedes elegir solo un tema de entre todos los que dan vueltas en tu cabeza como si fuera una centrifugadora. O no se puede hablar de todo en un blog aunque prácticamente solo lo leas tú.

A veces todos los deseos, todos los anhelos, todas las ansias, se agolpan en la puerta de salida y apenas te dejan respirar. El hambre. De qué.

Y parece que vadeas un río de lodo de cosas que no sabes nombrar. Que no puedes mirar. Quiero todo o nada. Los días pasan y no pasan. Los acontecimientos no se desencadenan.

Veo películas, veo series, leo. Trabajo (poco). Escapo.

08 abril 2010

Psé

He intentado hacer muchas veces una lista mental de mis amantes. Nunca he conseguido terminarla, pero es una buena manera de que me dé el sueño o de terminar pensando en cualquier otra cosa (lo difícil que es que un amigo siga siendo un amigo después, por ejemplo).

No consigo enumerarlos a todos no porque sean tantos (no lo son), sino porque algunos de ellos han sido francamente olvidables.

Sobre todo, alguno de los inolvidables.

29 marzo 2010

Ira

Nada humano me es ajeno. (Homo sum; nihil humani a me alienum puto, dijo Publio Terencio Africano, para que no os vayáis de aquí sin por lo menos haber leído un latinajo y el nombre de su padre).

Los siete pecados capitales (lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia) no son, en el fondo, más que un compendio no exhaustivo de meras características humanas cuya moralidad va más, si se piensa, en los ojos del que mira. Es decir, se pueden considerar más "debilidades" que pecados. Hace mucho tiempo que tengo otro concepto del pecado. Mucho más benévolo.

La idea, en fin, es luchar contra ellos con las virtudes correspondientes (castidad, templanza, generosidad, diligencia, paciencia, caridad y humildad, respectivamente).

Hace unos días recitábamos en una reunión informal estos pecados y cada uno hacíamos un poco de ejercicio de conciencia sobre cuáles de estos pecados eran propios de nuestro comportamiento. Ahí es donde yo me acordé de la frase de Terencio. A mí me parece que yo hago gala de todos ellos. Unos más que otros, por naturaleza, pero todos sin excepción.

El peor es la ira. Me enfadan las tonterías que veo, las injusticias, la mayor parte de la gente en buena parte de sus circunstancias, las incongruencias, las incoherencias de los demás, mi propia inacción a veces. Después me enfrío otra vez. Me pongo en el lugar del otro, pienso en otra cosa, razono. Pero rara vez exteriorizo esa ira. Pienso, supongo, que los demás no tienen la culpa de esa falta de paciencia o de que a mí me sienten mal las cosas.

Esta tarde, en una visita al fisioterapeuta, a modo de bonus me ha hecho una especie de exploración. Me ha dicho que tengo una tensión particularmente notable en el órgano llamado vesícula. Y que ese órgano tiene que ver con la ira.

La verdad es que me ha dejado bastante sorprendida. Soy de la opinión de que el cuerpo hay que cuidarlo (más o menos). Así que, si me veis dar un grito a destiempo, hacer un comentario fuera de tono, no penséis que soy borde o que tengo mal carácter: procurad ser comprensivos y pensad que estoy cuidando amorosamente mi vesícula.

23 marzo 2010

Jungleland

Para oír bien esta canción hay que despojarse de pensamientos y preocupaciones. Dejar por un momento en suspenso la vida real, el sol y la lluvia, el trabajo, las vacaciones. Apartar a un lado el desasosiego, las expectativas, la frustración, la alegría y la tristeza. La idea de soledad, la inteligencia, el hambre y la sed.

Así, desnudo, cierra los ojos y solo escucha. Deja que la fuerza de la música mande en los músculos y en la sangre.

Esta canción necesita que te pares. Que dejes de hacer lo que coño sea que estés haciendo. Que le des diez minutos de tu vida.

Párate. Desconéctate. Escucha.


21 marzo 2010

Tarde de domingo

Me aburro. Me da por entrar en un chat, algo que no hacía en años. No necesito muchos minutos para recordar por qué.

Menos mal que dentro de un rato empieza la final de Indian Wells.

Escucho a Wilco. No están mal.

18 marzo 2010

Estreno cajón

Bajaba hoy las escaleras cargada con una maleta y unas cuantas cosas más cuando se me ocurrió un nuevo cajón para este sitio. Soy mucho de soltarme a mí misma frases lapidarias que analizan o sintetizan situaciones, a veces sin rastro de compasión. De modo que he pensado (si recuerdo o tengo ocasión de apuntarlas) abrir este cajón titulado Simples verdades como puños.

Me estreno con una idea que apuntaba mientras apuntaba la idea, valga la (pronto cuádruple) redundancia:

Si lo apunto, no necesito apuntarlo.

16 marzo 2010

Oportunidades

No quiero ponerme filosófica ni trascendental. Es decir, iba a empezar diciendo algo grandilocuente como "A veces la vida". Y no quiero. Aunque a veces, la vida.

El caso es que hay oportunidades, ¿no? Caminos que se abren (oh, oh) ante ti. Tienes dos opciones (siempre), que son sí o no. Seguir el camino nuevo o desecharlo. Pero hay que ser consciente de algo: todos los caminos que no eliges se van directamente a la cuenta del debe, y de ahí al pozo de las cosas perdidas sin remisión. No hay más ocasiones. Solo quedan el "debería haberlo hecho" o el "qué habría pasado" ahí detrás, volviendo periódicamente a soltarte una colleja.

A mí suelen impedirme tomar esos caminos alternativos o bien motivos poéticos, como el miedo, o bien prosaicos, como el dinero. O ambos de forma conjunta. De repente, decido que "no me apetece tanto", que "es que mira todas las otras cosas que tengo que hacer". Y me quedo observando cómo el plan se diluye en el aire frente a mis ojos, las manos a los costados, y luchando (internamente, pero sin reconocerlo) contra la desolación de no haberme atrevido. Otra vez. Después me siento tan mal, miro atrás y me hago todas esas preguntas. Sobre todo si gané algo en la renuncia. La respuesta suele ser no. El dinero me lo gasto en otra cosa imbécil. El miedo sigue ahí.

No quiero eso para mi vida. Ni me gustan los cobardes ni quiero ser una de ellos. Tengo un proyecto nítidamente dibujado en el aire ante mis ojos. Tengo que tomarlo o dejarlo. No tengo dinero. Tengo miedo.

Lo tomo.

13 marzo 2010

Giving up

El otro día, respondiendo racionalmente al ataque de mis amigos, que me llamaban friki por ser fan de Lost, les contesté (creo que ya lo he dicho) que eran ellos y no yo los que estaban fuera del mundo por no haber visto la serie y no haber participado del fenómeno. Que el mundo había cambiado en una parte (si quieres) humilde, y que ellos simplemente se lo habían perdido. Yo estoy segura de que eso es cierto, y por eso, después de decirlo, vi la duda en sus ojos. Vi pasar por sus mentes la idea de que tal vez era cierto. Tal vez se han quedado fuera. Ellos se ríen de mí, pero yo soy quien ha visto Lost, yo soy quien conoce la importancia del número 23. Fingen que no les importa, pero yo sé que les jode.

Pero claro. Este tipo de razonamiento se puede aplicar a todos los objetos que significan en cualquier medida una revolución. Esa misma noche (tal vez la siguiente), pensando no sé por qué en el enésimo link que no pude pinchar por no ser del club, me di cuenta de que, por otra parte, era yo la que no estaba en el mundo. En ese otro mundo que ha sufrido un cambio en los niveles generales de comunicación entre usuarios. Me di cuenta de que estaba enrocada, maniáticamente, en ese absurdo lugar entre el alfil de la cerrazón y la torre de la exclusividad. Me recordé a mí misma a esos cabezotas que tardaron 5 años en comprarse un móvil.

No quiero quedarme sola en el desierto.

Total: que me he rendido.

Ya estoy en Facebook.

02 marzo 2010

Lo imprevisto

"Muy lentamente y sin darse mucha cuenta, Ignacio Abel se había ido reconciliando con la presencia de los dos niños en el mundo y había descubierto, no sin asombro, que eran la parte más luminosa de su vida. Asistir al crecimiento de sus hijos y encontrar en sí mismo un yacimiento de ternura en el que nunca había reparado le enseñó a Ignacio Abel a desconfiar de la decepción y a permanecer atento y agradecer lo inesperado. La decepción podía ser tan halagadora y tan engañosa como el vano entusiasmo. Lo que la vida real imponía al deseo y al proyecto no eran solo amargas limitaciones: también posibilidades que nadie había anticipado, los dones de lo azaroso y de lo imprevisto. (...) No había plano tan perfecto que permitiera descartar la incertidumbre. Solo la prueba del paso del tiempo y de la acción de los elementos revelaba la belleza de una construcción, ennoblecida por la intemperie y gastada por el tránsito de las vidas humanas igual que el mango de una herramienta o que los peldaños de una escalera. Y si el cumplimiento de lo que había deseado sin esperanza cuando era muy joven le producía un fondo de decepción y desgana que los años agravaban, todo lo mejor que tenía era la consecuencia de lo inesperado."

Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos (Seix Barral, 2009)

Este texto me habla de la conveniencia de mirar lo bueno de las cosas. Para esto, se impone como primera condición mantener bajo control en la medida de lo posible los deseos y las expectativas con respecto a personas y circunstancias. A partir de cierta edad, se hace imperativo luchar contra el miedo al cambio, tratar de comprender las ventajas de la pérdida de control sobre los acontecimientos de la vida que nos afectan o pueden afectarnos. Debemos comprender cómo lo inesperado, lo no planeado o lo imprevisto nos aportan en muchas ocasiones (¿casi siempre?) las mejores oportunidades de adaptación, de crecimiento y de aprendizaje. Por lo tanto, el esfuerzo se debe centrar en dejar paso a la espontaneidad.

Según escribo esto me doy cuenta de que hay (no tan) sutiles contradicciones en el fondo: ¿cómo te puedes "esforzar" en ser "espontáneo"? Y es que parece que a medida que nos hacemos mayores vamos perdiendo la flexibilidad para adaptarnos a las novedades y va aumentando nuestro miedo a lo inesperado, al cambio de tendencia, a la pérdida de los elementos que consideramos "seguros" en nuestras vidas, que nos proporcionan tranquilidad y estabilidad. Y nos vemos obligados, si queremos seguir siendo 'jóvenes', a hacer ese esfuerzo para liberarnos de nuestras rigideces. Para evitar que la parálisis nos invada.

Hace un par de noches y por recomendación de personas muy de fiar vi Up in the Air (Jason Reitman, 2009). Y si bien no es una película que pasará a la historia (desde luego, espero que no ganando un Oscar, aunque hay que reconocerle más méritos narrativos, de planteamiento y de concepto que a la raquítica Avatar), el caso es que plantea alguna idea interesante. Tal vez lo hace un poco demasiado con un tono de libro de autoayuda, lo cual a mis ojos la desmerece, pero plantea, por ejemplo, que un terremoto vital como ser despedido de un empleo que llevas ejerciendo 15 o 20 años puede ser el comienzo de una nueva vida. Por supuesto y contra lo que tiendes a pensar en un primer momento, de una vida mejor. El personaje de George Clooney se tiene que enfrentar a un gran imprevisto, curioso por lo poco habitual, que es (ojo! espoiler) la irrupción del amor en una vida organizada en función de la no existencia de semejante sentimiento. Y esta convulsión de sus estructuras le obligará (probablemente) a aplicarse a sí mismo (y a ver con otro sentido) las frases de vacío consuelo que dedica a las personas que despide en ejercicio de su cruel profesión.

No tenía intención de hablar de esta película, pero la línea de pensamiento me ha llevado a ello sin quererlo. De forma inesperada este texto se ha llenado de contenido, se ha dirigido casi sin mi intervención hacia una reflexión que en principio no pretendía ser tan profunda ni tampoco mezclar dos narraciones a priori tan diferentes como la (hasta ahora magnífica) novela de Muñoz Molina y la película bastante menor de Reitman. Pero disfruto de esta irrupción de lo sorprendente y paro aquí, antes de convertir esto en otro de esos Post Interminables.

25 febrero 2010

Lost (ahora sí)

Mis alumnos se rieron de mí en la cuarta o quinta clase que tuve con ellos porque siempre (todos los días y en todas las clases) la nombraba y la ponía de ejemplo para algo: la forma espectacular en que los diez primeros minutos del episodio piloto presentan una situación, unos personajes y una línea de expectativas; el uso sabio y dinámico del flash-back; los dilemas en los que se encuentran los personajes; la forma en que las experiencias modelan nuestros comportamientos futuros y hasta nuestro carácter.

Pocas personas de mi círculo la siguen. Si la nombro entre mis conocidos, mis amigos o mi familia, todavía me miran como siempre, como si fuera un poco rara. Pero esta serie es más que una serie. Estamos ante un fenómeno mundial. Y, para bien o para mal, yo formo parte de este fenómeno.

Porque soy fan. Declarada, rendida e incondicional. Me gusta, la sigo devotamente, he visto varias veces todas las temporadas y tengo varias listas de preguntas, de las que sé que algunas jamás tendrán respuesta. Le perdono los fallos de tramas, de personajes, las incoherencias o las contradicciones. Las a veces cansinas ambigüedades y el exceso de cliffhangers. Emulando a John Locke y para variar, I’m a believer.

Lost nació con un plazo preestablecido de fin. Desde el principio se sabía cuántas temporadas tendría y cuándo exactamente iba a acabar. Se ha dedicado a hacer preguntas y establecer misterios, resolviendo muy pocos. Muchos espectadores esperan con el alma en vilo a que J.J. Abrams y Carlton Cuse, los responsables del invento, se cubran de gloria o se estrellen en el infierno del descalabro argumental.

Varios países del mundo emitieron el primer episodio de la sexta (y última) temporada la noche del 2 de febrero. En un récord de la televisión en España, Fox emitió ese mismo episodio doblado (y en versión original subtitulada) una semana más tarde, el 9 de Febrero, a las 21.30, y Cuatro a continuación, a las 22.15. Esto ya es un hito. El tiempo récord para subtitular y doblar la serie en España es una demostración de que esta serie ha supuesto el inicio de una revolución para la forma de ver televisión.

Lost fue la serie que provocó la avalancha de descargas de series en todo el mundo, amén del subtitulado y la traducción amateurs para un público global. A partir de esta, poco a poco todas las series, americanas y no americanas, y sus subtítulos en todos los idiomas imaginables se fueron progresivamente poniendo a disposición del público del mundo entero.

La audiencia, gracias a la confluencia de televisión e internet, empezó a ver televisión de verdad “a la carta”: en el idioma elegido, en un horario conveniente y la cantidad de veces que quisiera. El público español, desde luego, aprendió a diferenciar entre las diferentes “temporadas” de una serie. A seguirla en orden cronológico. A comprender las series como obras audiovisuales completas, respetables y, desde luego, en muchos casos, con una alta calidad artística, narrativa y dramática.

Esto, sin olvidar las muchas webs (la imprescindible Lostpedia, la divertidísima Post Lost, la más sesuda y genérica Espoiler) que tratan el asunto desde todos los puntos de vista posibles, más los innumerables foros, los blogs temáticos, las teorías (que jamás leo), las recopilaciones de libros, y los miles de sitios que no conozco y que nunca he visto ni veré. Por no dejar de mencionar los juegos online que resultaron ser un éxito (también internacional).

Ya lo he dicho: esta serie es mucho más que una serie, es un fenómeno. Y no lo digo porque sienta que tenga que justificar una pasión (en el momento en que puedes hacer eso, deja de ser una pasión). Ni porque sienta que estoy sola en una afición (ni es la primera vez ni será la última, y esta soledad es más que relativa en cuanto me asomo al mundo a través de una pantalla de ordenador).

Lo digo porque en los cinco años de su desarrollo, he visto cambiar el mundo. De una forma perceptible, tangible, gracias a ella. Y esto es mucho más de lo que muchos eventos culturales mucho más pretenciosos podrán decir jamás.

Para cerrar, la presentación de un personaje. Uno de los momentos más emocionantes de la serie: un hombre solo que salva el mundo cada 108 minutos. Y que, de repente, ya no está solo más.

23 febrero 2010

Madrid (otra vez)

No sé qué sería de mí si no pudiera volver a pasear por las calles de Madrid. La ciudad que me dio la primera luz (la del Hospital Clínico). En la que viví, trabajé, luché, disfruté y sufrí tantos años, no los mejores años. Los mejores son estos, siempre. Pero pocas cosas me gustan más que volver a Madrid, saber que existe. No hay nada mejor que decidir, entre los múltiples números de teléfono, cuál marco. A quién aviso.

La fascinación, cuando me acerco, de esas cuatro moles que han cambiado para siempre la fisonomía lejana de la ciudad, su silueta recortada contra el cielo. Qué bonita palabra inglesa, skyline. Desde niña he sentido como algo especial el hecho de acercarme a Madrid, verla acercarse y crecer y por fin entrar en el bullicio del tráfico. Hay un momento, poco después de Torrelodones, en que siento que ya he llegado aunque queden al menos 20 minutos para cualquier lugar en el que haya de parar.

Sol, siempre Sol, Preciados o Carmen y Callao (ahora puedo gastarme cien euros en la fnac, cuánto deseé poder hacer algo así), Carrera de San Jerónimo hasta Recoletos y el Paseo del Prado, Huertas abajo. Otras veces por la calle Arenal hasta Ópera (donde siempre he querido vivir), el Palacio Real, los Jardines de Sabatini y bajar hasta la Cuesta de San Vicente, aunque hace años que no llego hasta lo que antes era la estación del Norte y ahora creo que es un centro comercial: al llegar a la Cuesta de San Vicente giro a la derecha y acabo en Plaza de España, donde no solía ir cuando vivía aquí. Cada año algo ha cambiado: hicieron peatonal la calle Arenal, por ejemplo; este año las interminables obras en Sol habían acabado, ya no estaban las sempiternas vallas y la estatua del Oso y el Madroño había cambiado de lugar. La ciudad cambia, crece y evoluciona como los ojos que la miran.

A veces siento una nostalgia feroz de Madrid. Casi llego a desear haber elegido el camino que me hubiera permitido llevar allí la vida que siempre quise, y que no es la vida que llevan la mayor parte de mis conocidos. Una vida sin atascos, sin buscar aparcamiento, sin el metro en hora punta, sin dos horas de desplazamiento a cualquier parte, sin estrecheces económicas, con un ático blanco y luminoso, con cine y cañas y tapas y cenas los viernes y visitas a exposiciones y paseos por el jardín Botánico. Una vida que no sería la vida normal de Madrid.

Como casi siempre en todo lo que amo, amo la imagen que tengo de ella y no lo que ella es realmente. Amo lo que quisiera que fuera, la posibilidad, el sueño. La potencia y no el acto (esta mañana me acordé de Aristóteles y aquí está, ayudándome a escribir esta tontería).

Madrid me dio el cine. Algunos de los mejores amigos que tengo, las historias de amor más vívidas, las más dolorosas, las que aún laten ahí en algún sitio, marcando el ritmo de mi vida aunque sea a mi pesar.

Madrid, por el momento, es la única ciudad en la que me siento en casa, aunque también siento (casi siempre) el íntimo alivio de irme por la A-6, rumbo a mi verdadera casa, al punto en que mis raíces tiran de mí y me dicen quién soy aunque no siempre me guste, aunque me guste más (a veces) cerrar los ojos y mirar la vida que habría podido tener.

14 febrero 2010

Estar en otro sitio

Vuelvo de la calle. Dos pintas de Guinness y un gin tonic. Gente disfrazada.

Me agobia la multitud apelotonada, soy incapaz de disfrutar del ambiente festivo.

Me acuerdo, sin embargo, de la belleza pura vista en el proyecto The Third and the Seventh, de Alex Roman. Belleza sin otro propósito, sin otro mensaje. Textura, luz, color, espacio. Ahí estoy yo. Y no en los humos de los bares, en el ruido, en la gente que mira sin ver.



Mejor dejar que cargue entero antes. Está en HD y tarda un poco, pero merece la pena. Y mejor a pantalla completa.

10 febrero 2010

Un fragmento

Sally y yo, utilizando la materia humana de que todos estamos hechos, nos habíamos esforzado para poner nuestro matrimonio a salvo de cualquier contingencia. La otra característica de los segundos matrimonios —a diferencia de los primeros, que solo requieren un ferviente impulso y hormonas sin travestismos— es que necesitan buenas razones para existir, motivos que es preferible estudiar minuciosamente y entender bien de antemano. Sally y yo llevamos a cabo sendas introspecciones cuando yo aún vivía en Haddam y, cada uno por nuestro lado, llegamos a la conclusión de que el matrimonio —del uno con el otro— prometía más posibilidades de felicidad para ambos de lo que cabía imaginar, y de que ninguno de los dos albergaba dudas sobre las cosas adversas de la vida (la enfermedad, la compartiríamos; la muerte, la esperábamos; la depresión, la trataríamos), y que cuanto más tiempo tardáramos en decidirnos menos tiempo tendríamos para pasar momentos inolvidables. Cosa en la que, por lo que a mí respecta —y me consta que Sally pensaba lo mismo—, acertamos plenamente.

Lo que equivale a decir que hicimos el agradable juego de prestidigitación de compartir la edad adulta. Renunciamos formalmente a nuestra personalidad de solteros. Generalizamos el pasado en beneficio de una pulcra mentalidad de segundo acto que ponía de relieve que la vida se reducía precisamente a su aspecto más visible. Reconocimos que los sentimientos sólidos eran superiores a la felicidad original, y prometimos no preguntarnos nunca si nos queríamos de verdad, de verdad, en el convencimiento de que la afinidad era amor: y nosotros teníamos afinidad. Hicimos hincapié en los matices y propugnamos que éramos lo que parecíamos. Comprobamos que nos portábamos bien en la cama y que la ausencia de intimidad solía ser autoimpuesta. Mantuvimos a nuestros hijos a cautelosa pero (al menos en mi caso) positiva distancia. Dejamos de resaltar el llegar a ser en beneficio del ser. Renunciamos de forma permanente a la melancolía y la nostalgia. Hacíamos cosas absurdas a propósito, como ir en avión a Moline y Flint y volver en el día porque éramos "arqueólogos". Pedíamos menús de Acción de Gracias y Navidad en determinados restaurantes de la autopista de peaje. Pensamos en comprar un refugio de animales de compañía en Nyack, un pequeño hotel en New Hampshire.

En otras palabras, pusimos en práctica lo que el gran novelista dijo sobre el matrimonio (aunque nunca llegó a descubrir el genoma matrimonial). "Si alguna vez me caso", escribió, "haré como si la vida me importara más que ahora". En lo que se refiere a Sally y a mí, teníamos la vida en mucha mayor estima de lo que nunca habíamos imaginado. Para decirlo de la manera más sencilla posible, nos queríamos de verdad y no nos hacíamos muchas preguntas.


Richard Ford, Acción de Gracias, (The lay of the land, 2006, publicado en Anagrama en España en 2008, traducción de Benito Gómez Ibáñez.)

Así me gustaría escribir a mí. Pero cada uno tiene lo que tiene, supongo.

07 febrero 2010

Alexandra Leaving, Leonard Cohen

Basándose en un poema de Constantin Cavafis inspirado en la relación del emperador romano Marco Antonio con la ciudad natal del propio poeta, Alejandría, Leonard Cohen escribió una de sus canciones más memorables y conmovedoras, dedicada al fin del amor, a la despedida. El poema, traducido por Ramón Irigoyen, es este:

El dios abandona a Antonio

Cuando de pronto, a medianoche, se oiga
un cortejo invisible que circula
con músicas excelsas, con clamores -
de tu destino que se entrega, de tus obras
que fracasaron, de los proyectos de tu vida
que tan mal te salieron, no te lamentes en vano.
Como dispuesto desde ha tiempo, como un valiente,
dile adiós a ella, a la Alejandría que se va.
Y sobre todo no te engañes, no digas
que fue un sueño, que fue error de tu oído;
nunca aceptes tan vanas esperanzas.
Como dispuesto desde ha tiempo, como un valiente,
como te va a ti que de una ciudad tal has sido digno,
acércate con entereza a la ventana
y oye con emoción, pero no
con súplicas y quejas de cobarde,
como un último goce, los acordes,
los excelsos instrumentos del misterioso cortejo
y dile adiós a ella, a la Alejandría que tú pierdes.

La canción es esta:





De pronto la noche se vuelve más fría.
El dios del amor se prepara para partir.
Alexandra se encarama sobre sus hombros,
resbalan entre los centinelas del corazón.

Soportados por las simplicidades del placer,
Consiguen la luz, se entrelazan imprecisamente
Y radiantes más allá de tus más anchas medidas
Caen entre las voces y el vino.

No es una trampa en que todos tus sentidos
[te engañan,
un sueño irregular que la mañana agotará,
Dile adiós a Alexandra que se va,
Después, dile adiós a Alexandra perdida.

Aunque duerme sobre tu satén;
aunque te despierta con un beso.
No digas que el momento fue imaginado;
No te rebajes a estrategias como esa.

Como alguien que se ha preparado mucho tiempo
[para que esto pase
Ve firmemente a la ventana. Préstale atención.
Música exquisita. Alexandra riendo.
Tus primeros compromisos tangibles otra vez.

Y tú que tuviste el honor de su tarde,
y que por ese honor viste el tuyo propio restaurado.
Dile adiós a Alexandra que se va;
Alexandra que se va con su señor.

Aunque duerme sobre tu satén;
aunque te despierta con un beso.
No digas que el momento fue imaginado;
no te rebajes a estrategias como esa.

Como alguien que se ha preparado mucho tiempo
[para la ocasión
En total control de cada plan que arruinaste.
No elijas la explicación del cobarde
que se oculta detrás de la causa y el efecto.

Y tú que fuiste desconcertado por un mensaje
cuyo código estaba roto, crucifijo sin cruz.
Dile adiós a Alexandra que se va
Después, dile adiós a Alexandra perdida.

Dile adiós a Alexandra que se va.
Después dile adiós a Alexandra perdida.

Suddenly the night has grown colder.
The god of love preparing to depart.
Alexandra hoisted on his shoulder,
They slip between the sentries of the heart.

Upheld by the simplicities of pleasure,
They gain the light, they formlessly entwine;
And radiant beyond your widest measure
They fall among the voices and the wine.

It’s not a trick, your senses all deceiving,
A fitful dream, the morning will exhaust –
Say goodbye to Alexandra leaving.
Then say goodbye to Alexandra lost.

Even though she sleeps upon your satin;
Even though she wakes you with a kiss.
Do not say the moment was imagined;
Do not stoop to strategies like this.

As someone long prepared for this to happen,
Go firmly to the window. Drink it in.
Exquisite music. Alexandra laughing.
Your firm commitments tangible again.

And you who had the honor of her evening,
And by the honor had your own restored –
Say goodbye to Alexandra leaving;
Alexandra leaving with her lord.

Even though she sleeps upon your satin;
Even though she wakes you with a kiss.
Do not say the moment was imagined;
Do not stoop to strategies like this.

As someone long prepared for the occasion;
In full command of every plan you wrecked –
Do not choose a coward’s explanation
that hides behind the cause and the effect.

And you who were bewildered by a meaning;
Whose code was broken, crucifix uncrossed –
Say goodbye to Alexandra leaving.
Then say goodbye to Alexandra lost.

Say goodbye to Alexandra leaving.
Then say goodbye to Alexandra lost.

03 febrero 2010

Dos años

Ayer estuve borrando mensajes viejos del móvil durante casi una hora. Un repaso de los dos últimos años de mi vida, desde el 25 de noviembre de 2007, cuando vi aquel concierto memorable (inolvidable). Borro a menudo, pero dejo muchos que considero hitos, momentos que quiero recordar. Ayer borré toda esa carga del pasado. No toda. Volví a dejar algunos hitos, pero muy pocos. Hice limpieza.

Y me di un paseo por todo lo que me ha pasado, todo lo que he perdido, todo lo que creí tener. Fue doloroso.

Ahora tengo las manos vacías. El camino está delante, como siempre ha estado. Un paso y otro paso. Pero cómo entiendo a quien el otro día decía: "todo está tan gris".

No hay que pensar en fracasos ni en pérdidas, pero pienso. No se pueden calibrar las experiencias de la vida en ganado o perdido, el dual y simplista bueno o malo, nada es así, la vida es más compleja, nosotros somos más complejos. Pero a veces no puedes evitarlo. Miras atrás y todo está seco y yermo. La esperanza languidece. El futuro no brilla.

02 febrero 2010

Lost s06

01 febrero 2010

Barton Fink (Joel Coen, Ethan Coen, 1991)

(Spoiler: si no la has visto, no leas a no ser que no te importe que te revele un par de cosas importantes).

Barton Fink es la última película de los Coen que he visto. No es la que más me gusta. Me ha provocado una angustia sin final. Este John Turturro, por Dios. Lo que se puede hacer con una cara peculiar y una inagotable capacidad de transmisión de emociones (sin aparente esfuerzo, sin apenas gesticulación).

Viendo la película me he debatido entre la angustia y la casi incomprensión. Es decir, no entiendo muy bien qué pasa. Entiendo el bloqueo del escritor, su ansiedad por estar haciendo algo que no quiere hacer. Entiendo que no se siente capaz de escribir y que su excusa es que no sabe qué tiene que hacer, qué se espera de él, cuáles son los mecanismos de escritura reglada, las normas del género (de cualquier género). Pero no entiendo por qué muere esa mujer, quién la mata, por qué Barton no se entera hasta mucho rato después de que esa muerte se ha producido.

Tampoco le veo sentido al incendio final, al personaje desquiciado de Charlie Meadows – Karl Mad Man Munt (otra gran interpretación de John Goodman, que me gusta desde Roseanne) avanzando mientras el pasillo estalla en llamas, toda la secuencia produciéndose ante nuestros ojos como si ahí no hubiese un incendio. Me pregunto ¿qué son esas llamas? ¿Están ahí de verdad o son una especie de símbolo, el producto de la mente en desintegración de un personaje (o de los dos)? No le veo explicación. Me ocurre lo mismo con el final, la muchacha de la playa que es la muchacha del cuadro que adorna la pared de la habitación del hotel. ¿Qué hace ahí, qué significa? ¿Qué final es ese? En realidad, no sé cómo acaba. Más angustia.

Pero hay otros momentos que deberían formar parte de la historia del cine y ser ejemplos de cómo se deben hacer las cosas. Me encanta, por ejemplo, en la escena en la que Barton se despierta junto a Audrey, la forma en que mata el mosquito en su hombro sin que ella se despierte ni se mueva y, en lugar de eso, la sangre empieza a manar debajo de su cuerpo, como si esa palmada fuera el verdadero motivo de su muerte (¿la verdad existe por sí misma o se hace real cuando se revela?, ¿existe la verdad sin la conciencia de la verdad?) El mosquito aplastado deja en la espalda de la mujer una incongruente y desproporcionada mancha de sangre que se queda en nada en dos segundos, cuando el resto de la sangre fluye de la herida todavía no vista. Increíble la capacidad visual de los hermanos Coen, su habilidad para la visualización espectacular de las cosas pequeñas (explosiones, helicópteros que atraviesan edificios de cristal, ¿para qué?)

Es curioso cómo los Coen hacen películas sobre apenas nada, no se acaba de vislumbrar cuál es la profundidad en la mayoría sus películas, es decir, parecen por momentos o en conclusión grandes bolsas de humo, pero qué humo más bien hecho y más bien contado, y al final siempre terminas encontrando grandísimas dosis de humanidad en sus personajes y en la manera en que se comportan. En suma, me gusta la trascendencia sin ínfulas de trascendencia que practican.

Barton es un pobre gilipollas: se cree un observador, se sitúa a sí mismo por encima del resto de escritores porque su tema es el hombre común y por encima del hombre común por ser un escritor; desprecia al que estima "mejor novelista americano" porque bebe, pero termina imitando su ejemplo (en un par de ocasiones Audrey le dice "no nos juzgue", porque sabe que lo está haciendo, como casi siempre lo hacemos, sin entender, y también se lo dice: "hace falta comprensión"); pone el grito en el cielo porque considera una amoralidad que este mismo escritor haya dejado que su secretaria y amante le escriba guiones y novelas, y una vez hecho esto pretende utilizarla con la misma intención (pero antes se acuesta con ella). Y, por sobre todas las cosas, y tal como le grita indignado su psicópata amigo, no escucha. Vive por y para sí mismo, detenido en observar su propia existencia, agobiado por sus propios problemas, por su propio dolor, miedo, incapacidad.

Son los Coen autores mordaces y crueles que no perdonan nada, no ocultan un defecto, no engrandecen a sus personajes, no tienen piedad. Y sin embargo dejan que los queramos, dejan que sepamos que son como nosotros, con toda la mezquindad y las pequeñas virtudes, la indefensión, la ternura.

Si hay algo que me gusta de verdad, son los ritmos de sus películas, la manera pausada en la que cuentan las cosas sin que eso signifique aburrirse ni perder el tiempo: el uso de las pausas y los tempos lentos con una finalidad concreta, con sabiduría. En la escena en que Fink llega al hotel, por ejemplo, y toca el timbre de la recepción: el tono emitido por la campanilla se queda resonando en el aire mientras Fink espera a que aparezca el recepcionista. Espera y espera hasta que el personaje interpretado por Steve Buscemi aparece de una trampilla en el suelo con un zapato y un cepillo en la mano y detiene con un dedo el sonido que todavía flota en el ambiente, antes de dirigirse a él. A continuación, Barton entra en en el ascensor, donde hay un hombre sentado en un taburete y mirando al frente, sin moverse ni hablar, como un maniquí. Se queda unos segundos ahí parado. Después pide ir al sexto piso, pero no hay una reacción inmediata del ascensorista. Durante otros cuantos segundos más no ocurre nada (el tiempo justo de preguntarse "¿me habrá oído?"). Después, el hombre se mueve y dice "Próxima parada, seis", mientras cierra las puertas del ascensor, como si volviera de algún lugar muy lejano, como si volviera de la muerte. Perfecta manera de introducir al espectador en la extraña y opresiva atmósfera del Hotel Earle que se completa con la iluminación matizada, polvorienta y ambarina, y con el plano general del interminable pasillo, que se repetirá innumerables veces a partir de ahora, con o sin zapatos en las puertas, como un leit motiv, un estribillo visual, hasta la última visión entre las llamas (reconozco que, aunque narrativamente no tiene ningún sentido para mí, visualmente es poderosa, sobre todo contrastada con la actitud indiferente de los personajes).

También se podría hablar de la manera en que juegan con el sonido. Los sollozos provenientes de la habitación de al lado, que provocan el encuentro entre Barton y Charlie Mad Man y que se repetirán después, cuando el propio Fink llore desconsolado tras la muerte de Audrey y la marcha a Nueva York de Charlie, y que funcionan como signos de puntuación de principio y final del bloqueo creativo de Barton.

Podría seguir escribiendo sobre Barton Fink indefinidamente. Y eso que en la lista de las nueve o diez películas de los Coen que he visto, no está ni de lejos en los primeros lugares de mi gusto (si alguien tiene curiosidad, me quedo sin lugar a dudas con The Big Lebowski, Fargo y No country for old men). Eso es lo que me parece increíble de este dueto. Que, hagan lo que hagan, siempre hay algo genial. Siempre hay horas y horas de reflexión y conversación (o monólogo, en este caso). Siempre hay varios momentos en que me dejan con la boca abierta aunque el significado final o el mensaje global se me escapen.

Me da igual. No hay nada más claro en este mundo que el "mensaje global" de Avatar. Puedo vivir sin él. Pero no sé si podría vivir sin las cortinas de luz que entran por las ventanas de los hermanos Coen.

25 enero 2010

No sé nada

Veo Blowup (Michelangelo Antonioni, 1966) con la desconfianza a priori que siempre me dan las aclamadas obras maestras. Mis peores temores se cumplen. Es desconcertante. La modernidad fue superada y tragada por el tradicionalismo. Nada de aquella revolución visual y estilística de los años 60 y 70 ha llegado hasta hoy (o yo no lo veo). El espectador de hoy asiste pasmado a esas representaciones tan alejadas de lo que llamamos "cine convencional". Y yo, que me tengo sin asomo de humildad por cinéfila, culta, inteligente y abierta a lo diferente, no entiendo nada.

Es cierto que la imagen te absorbe. Aunque no puedes decir que lo que ves te está gustando, tampoco sientes en ningún momento el deseo de cerrar los ojos o parar la película. No sé si esperando encontrar el momento mágico en que conectarás con lo que está pasando o por el simple placer de mirar. Pero los elementos se yuxtaponen y sientes que nada de lo que ocurre te aporta nada. No entiendes al personaje, a duras penas logras entender nada de lo que sucede ante tus ojos, te preguntas si en algún momento va a ocurrir algo que puedas comprender. Te preguntas qué sentido tiene todo, qué relación tienen los planos entre sí, de dónde viene, adónde va, por qué se comporta así, qué dice.

No existe, en mi caso, la más mínima empatía. Veo a ese personaje (llamado Thomas, dicen los análisis) y no me parece humano. Hace cosas, dice cosas, se relaciona con las personas, deambula, da tumbos, se comporta como un lunático, de forma cruel, arbitraria, incomprensible.

Leo que en el apartamento del protagonista los objetos reencuadran a las personas, “prisioneras de las apariencias”. Leo en el mismo sitio que la ciudad (Londres) se utiliza como escenario para mostrar la superficialidad y la trampa de la realidad. Dos ideas que me encantan y que descubro después en el recuerdo de la película, pero que en el momento del visionado se me escaparon por completo, demasiado ocupada como estaba en buscar un sentido narrativo, una sola norma cumplida.

Compruebo que sí atisbé parte del mensaje en una fugaz reflexión que tuve a propósito de que la ampliación fotográfica aleja cada vez más lo representado de lo real, de modo que el objeto ampliado termina siendo prácticamente irreconocible. Pero no pude disfrutar del espectáculo porque buscaba (esperaba) otras cosas. Que no estaban.

No me acaba de gustar cuando una película me parece más interesante una vez he leído la explicación de por qué es interesante. Pero a veces ocurre. No solo quiero ver películas que me impresionen y me lleguen fácilmente adonde pretendían. Pero no puedo negar que esta película no me gustó. No entendí nada.

Me dijo a la cara: no sabes nada.

23 enero 2010

Jardín Secreto

La premisa parece ser "nunca darlo todo". El beso en la comisura de los labios de la madre de Wendy. Saber que tienes algo que jamás podrás compartir con nadie. No es una cuestión de querer, sino de poder. Ese secreto, ese algo que es solo tuyo, va creciendo. Aumenta a diario, a veces por segundos, el abismo que te separa del otro. Se hace insalvable. Comprendes que si no puedes compartirlo, nada de lo demás importa. Y de repente todo parece mentira.

Era una dama encantadora, de imaginación romántica y boca burlona y dulce a la vez. Su romántica imaginación era como esas cajas de fina madera que, unas dentro de otras, vienen del enigmático Oriente y en las que, por muchas que se descubran, queda siempre una más; y su boquita dulce y burlona guardaba un beso que, no obstante estar bien visible en el rinconcillo del lado derecho, Wendy no pudo alcanzar. (...) El señor Darling la conquistó (...). Todo lo consiguió de ella excepto la caja más recóndita y el beso.

J. M. Barrie, Peter Pan





Ella te dejará entrar en su casa si llamas a su puerta de madrugada.
Te dejará entrar en su boca si las palabras que dices son las correctas.
Si pagas el precio, te dejará entrar a lo más profundo.
Pero hay un jardín secreto que esconde.

Te dejará subirte a su coche para dar una vuelta por ahí.
Te dejará entrar en partes de ella que te dejarán hecho polvo.
Te dejará entrar en su corazón si tienes un martillo y un torno.
Pero en su jardín secreto, ni se te ocurra.

Has hecho un millón de kilómetros, has llegado tan lejos, hasta ese lugar donde no puedes recordar y no puedes olvidar.

Te guiará por un sendero, habrá ternura en el aire.
Te dejará llegar justo tan lejos como para que sepas que está ahí de verdad.
Te mirará y sonreirá y sus ojos dirán que tiene un jardín secreto donde todo lo que quieres, donde todo lo que necesitas siempre estará a un millón de kilómetros de distancia.

Bruce Springsteen, Secret Garden

22 enero 2010

Ficción y no ficción

Coloca juntas cosas que no tienen ningún sentido, que no soportarían el más mínimo análisis. Hace que nos las traguemos una por una sin cuestionarnos nada, solo queremos ir un poco más adelante, a la siguiente trampa, a la siguiente mentira, tan bien colocada, tan bien cosida. Nunca te deja mirar atrás, solo te hace esperar lo que vendrá a continuación. Teje una urdimbre de preguntas sin respuesta, de futuro sin pasado, de inmediatez y expectativa, de ansia por lo que vendrá. J.J. Abrams es un genio de la prestidigitación. Un padre de la esencia del siglo XXI. Corre, corre adelante, escapa, busca más lejos, no mires atrás. Nada de aquello importa.

Por lo demás, en cuanto a la no ficción, a la vida real que hay fuera de las ventanas, me desalienta comprobar que soy más sensible a la fealdad que a la belleza. Me descorazona salir a la calle. Solo percibo personas desagradables o enfadadas, tristeza, sordidez y angustia. Y me pasan desapercibidas o me dejan indiferente las cosas hermosas, los paisajes, los rasgos humanos, los buenos sentimientos. Hace que el aire sea pesado, la comida insípida, las obligaciones intolerables.

Le doy al play. Prefiero perseguir el futuro con Olivia Dunham, a quien todos los magníficos logros que consigue le parecen siempre poco y mal.

16 enero 2010

Contenidos sin interés

Me resulta difícil recuperarle el pulso a escribir.

Utilizo el ordenador todos los días. Aunque solo sea para poner una peli o un capítulo de las series que sigo. No solo para eso. También preparo clases, estudio, trasteo y tonteo. Pero no escribo. Nunca. De hecho, incluso he perdido pericia al teclear. Pierdo letras, confundo, descoloco, la errata es la norma, la tecla más usada es la de retroceso. Lo dejé atrás y ahora que lo quiero de nuevo de vuelta, está muy oxidado. Está casi perdido.

Pero pienso mucho en el blog. Quiero escribir, tengo cosas que contar. Una frase de una canción (mi fuente favorita), cosas que leo.

En el coche el otro día, mientras pensaba sobre un tema posible, vino a mi cabeza una frase y, para no olvidarla, la grabé con el móvil mientras conducía. Ha dado igual. Cuando olvidas una idea que en el momento de tenerla te pareció buena, sientes que has perdido algo. Pero cuando la apuntas, al rescatarla unas horas o unos días después, está huérfana, desprovista de todo su sentido, de toda su magia.

Así que no sé. La vuelta se produce, era necesaria, es un hecho. Pero va a ser más laboriosa y difícil de lo que preví en un primer momento.

Tengo la tecla un poco afónica.

09 enero 2010

De vuelta

Lo intenté mucho. Pensar un nombre mejor, un diseño más bonito, algo que sintiera que me definía y eso. Qué va. Solo necesitaba descansar. Ya lo véis, he cambiado otra vez los colores, el tipo de letra y además, para ser audaz, el título, esas cosas, como quien pinta el salón para fingir que entra en otra casa y en otra vida. Pero, como decía Tony Soprano en mi tele ayer: "There's no geographical solution to an emotional problem".

Lo que pasaba hace ahora un año y diez días era que quería parar de escribir.

Y lo que pasa hoy es que quiero volver.

Total, qué importancia tiene.

Estoy en casa.

30 diciembre 2008

Fin de Algo

Yo no sé, pero cada vez que entro aquí tengo la sensación de que la puerta chirría y todo está oscuro, silencioso y polvoriento. Casi nadie viene a ver, hace meses que esto va para abajo. El cierre se aproximaba y ha llegado, no porque vaya a quedarme sin blog, sino porque abriré otro un día de estos. Soy de ese tipo de gente que no aguanta mucho tiempo con las cosas una vez que las considera viejas. (Siempre les digo a mis alumnos que para todo hay dos tipos de personas: los que sí y los que no). A mí me gustan las cosas nuevas, el olor a nuevo de los libros, de los coches, de la ropa.

Hay que renovarse. No puedo estar mucho tiempo con un blog cuyo nombre, color o atmósfera general no me representa. Hace un tiempo que tengo esa sensación con este lugar. Yo he cambiado, o siento que he cambiado, y sin embargo aquí todo continúa igual. Necesito cajones nuevos, otro color, otra fuente, otro nombre y probablemente otro alojamiento que no sea blogger.

Llevo bastante tiempo dándole vueltas a la idea. No lo he hecho aún porque no tengo nombre para mi nuevo sitio, pero llegará cuando tenga que llegar. De todos modos, aprovechando las vacaciones y la entrada de un nuevo año impar doy por concluida una etapa.

Este blog me ha traído muchas cosas muy buenas. Me ayudó en un par de reencuentros, vino conmigo en un par de aventuras inolvidables, siempre será especial para mí. Pero ha llegado hasta aquí y aquí se va a quedar, alimentando para siempre la nostalgia.

Feliz Algo Nuevo. Ya os diré dónde encontrarme.

Y cómo no dejar una canción aquí. La mejor (hasta ahora) de las que se conocen del próximo disco de Bruce Springsteen. No puedo parar de escucharla. La adoro.



(Y un intento de traducción de la letra...

Nos conocimos en el valle, donde el vino del amor y la destrucción fluye
Allí en aquella curva de oscuridad donde las flores de la tentación crecen
Dejé el resto para los otros, eras tú y nada más
Me sentabas tan bien, nena, tan bien como la vida misma.

Eras la vida misma, precipitándose sobre mí
La vida misma, el viento en los olmos negros
La vida misma, en tu corazón y en tus ojos,
No puedo hacerlo sin ti.

Supe que tenías problemas, cualquiera podría decirlo
Llevabas tu pequeño libro negro del que caían todos tus secretos
Desperdiciaste todas tus riquezas, tu belleza y tu abundancia
Como si no tuvieran más uso para la vida misma.

Eras la vida misma...

¿Por qué son las cosas que más valoramos las que se desvanecen en el tiempo?
Hasta para la música crecemos sordos, y para la belleza de dios ciegos
¿Por qué las cosas que nos conectan son las que lentamente nos separan?
Hasta que desaparecemos en nuestra propia oscuridad
Extraños para nuestros propios corazones

Y para la misma vida, corriendo hacia mí..

Así que aquí hay uno para la carretera,
Aquí hay uno brindando a tu salud
Y para la vida misma, corriendo hacia mí
...
La vida misma
La vida misma
...
)

20 diciembre 2008

Caminar como un hombre

Hoy he acabado de ver la tercera temporada de Dexter. No hay ningún espoiler en lo que viene a continuación (si has visto al menos la segunda, advierto).

Esta tercera temporada mejora (y entonces resulta que era posible) con respecto a las dos anteriores. El personaje va adquiriendo profundidad y entidad. Se tridimensionaliza, escapa de la pantalla y se sienta a tu lado en el sofá jugando con el mismo gancho desde el primer episodio de la primera temporada: su parecido contigo. El famoso y manido proceso de la identificación.

La pregunta es ¿qué puedo tener yo en común con un asesino en serie psicópata? Y bueno, la respuesta es, siempre, el hecho de ser una persona.

El atractivo de Dexter Morgan es que atraviesa todas las fases del crecimiento humano pero (el 'pero' es la gracia) despojado de los sentimientos, a veces tan molestos y engorrosos. Por lo tanto, puede ofrecer un análisis desprovisto de los condicionantes sociales, de los supuestos obligatorios, de las normalmente inevitables emociones. Así, se echa una novia, la deja embarazada y se compra un monovolumen sin apenas crisis: es lo que hay que hacer. Le ves crecer, madurar, tomar sus propias decisiones, reflexionar en las encrucijadas, darle vueltas a las cosas, discutir consigo mismo, equivocarse y seguir avanzando. Y todo eso sin sufrir ni disfrutar, casi asistiendo como espectador a su propia vida y analizándolo todo sin apenas implicarse. Y digo apenas porque, a pesar de todo, sabe que se trata de su vida. Intenta construir una vida. Y eso es lo conmovedor (lo humano) de Dexter Morgan.

Pero no es esto, o no solo, lo que me hace escribir sobre él hoy: existe otra faceta de todo ser humano que en esta serie (en especial en su tercera temporada) se analiza particularmente bien: la relación padre - hijo. La noción de familia.

Dexter, el personaje, es quien es por el trabajo que su padre intentó hacer con él. Y a lo largo de estas tres temporadas vemos esa profunda relación que les une. Yo no puedo evitar ver algo muy real en esa relación, algo muy humano y muy verdadero, mío y seguramente de cualquiera. Vemos a Dexter a través de los ojos del padre. Y vemos al padre a través de los ojos de Dexter también. Las diferencias, el vínculo, la lealtad inquebrantable, los conflictos, la dureza del aprendizaje, las frustraciones, el amor. Ahora, viendo una de las secuencias de este último episodio, he recordado una frase de Oscar Wilde que memoricé de niña: "De pequeños, los niños admiran a sus padres. Cuando crecen, los juzgan. A veces los perdonan".

En algún episodio se produce un diálogo en la que se reflexiona sobre la importancia de la familia, el peso de la amistad, sobre lo fundamental que resulta caminar por la vida sabiendo que alguien te respalda. También sobre todas las cosas que nuestros padres, que quieren lo mejor para nosotros e intentan protegernos, no nos pueden, sin embargo, enseñar, porque son lecciones que debemos aprender solos. Ese diálogo es una especie de compendio del mensaje genérico que sobre este tema ofrece en conjunto toda la temporada, los 12 episodios puestos unos detrás de otros.

Por si a alguien lo dicho le parece poco, diré que además de eso, claro, están la sangre, las investigaciones, la hermana, la amistad desde varios puntos de vista, la lealtad, la traición y otras cosas interesantes.

Y para el final del todo, dejo esta canción de Bruce Springsteen que a mí me recuerda mucho a todo esto que acabo de decir y que últimamente me arranca las lágrimas siempre en la misma frase:



CAMINAR COMO UN HOMBRE

Recuerdo lo áspera que sentí tu mano sobre la mía
El día de mi boda
Y las lágrimas lloradas sobre mi hombro
Que no podía apartar
Bueno, tantas cosas me han pasado
Que no entiendo
Solo puedo pensar en cuando tenía cinco años
caminando detrás de ti por la playa
Pisando tus huellas en la arena
Intentando caminar como un hombre

Junto a Nuestra Señora de las Rosas
Vivíamos a la sombra de los olmos
Recuerdo a mi madre arrastrándonos a mi y a mi hermana
calle arriba a la iglesia
cada vez que oía aquellas campanas de boda
¿Volverán alguna vez a parecer tan felices
el guapo novio y su novia
como cuando entran en esa gran limusina negra
camino de su misterioso viaje?

Bueno, esta noche tú te apartas de mí
Y yo estoy solo en el altar
Y mientras miro a mi novia
acercarse por el pasillo rezo
para tener la fuerza de caminar como un hombre

Ahora los años han pasado y he crecido
De aquella semilla que sembraste
Pero nunca creí que habría tantos pasos
Que tenía que aprender por mi cuenta
Bueno, yo era joven y no supe qué hacer
Cuando vi cómo te robaban tus mejores pasos
Ahora haré lo que pueda
Caminaré como un hombre
Y seguiré caminando

Viendo cosas como esta, escuchando canciones como esta y reflexionando sobre esos profundos temas termino por pensar que a lo mejor tener hijos no es tan mala idea. Y entonces, aunque ya tengo bastante, desearía tener algo más de Dexter. Para poder vivir sin miedo a hacerme mayor. Para aceptar las cosas sin cuestionármelo todo.

14 noviembre 2008

25 ways to quit smoking, Bill Plympton (1989)



!Vamos a por la tercera semana!

02 noviembre 2008

Opiniones

Digo por ahí en los comentarios de un blog que a mí no me importa la ideología de los creadores, ni su carácter. Que lo que me importa de ellos es su obra. Y no sé si es del todo cierto. Tengo ejemplos que lo niegan: Bruce Springsteen me cae bien. Me gusta su música pero además lo admiro porque tiene unas ideas y es fiel a ellas, no tiene reparos en defenderlas públicamente, es un tipo familiar con unos valores sencillos y tiene la bendita paciencia de tratar a sus fans con amabilidad por muy maleducados que estos sean (cosas así).

Otro ejemplo: hace un año y pico me puse a leer una especie de biografía del Hollywood de los años 70 y no fui capaz de acabar porque supe que terminaría detestando a todos los directores, productores y actores que admiro precisamente por sus en ocasiones indefendibles comportamientos en aquellos tiempos.

Así pues, me pregunto hasta qué punto es cierto eso de que no me importa. Supongo que puedo afirmar que no me importa, aunque sí me afecta. Prefiero no saber cómo son en sus vidas privadas si eso va a hacer que no pueda disfrutar sus obras en la misma medida que antes de saberlo.

Hay cosas que me dan más igual que otras. Me da igual que Van Morrison sea maleducado con su público, Dylan prepotente. Me da menos igual que Dennis Hopper le pegara a su mujer. En cualquier caso, no son más que rumores. Creemos saber lo que vemos, lo que nos cuentan o lo que leemos, pero en realidad no sabemos nada, nada de lo que mueve a las personas a comportarse de determinadas maneras. Ahora, juzgamos en seguida, eso sí. Sacamos conclusiones, sentenciamos y condenamos sin despeinarnos ni un poquito. Lo que nunca nos paramos a pensar es qué conclusión podrían sacar los demás de nuestro propio comportamiento. Y si lo pensamos seguro que nos equivocamos de medio a medio. O lo más gracioso de todo: decimos (también sin que se nos mueva ni un pelo) que no nos importa. Una de las mayores mentiras que se pueden decir sin parpadear. Creemos que es cierto. Las cosas de la fe.

El caso es que llego a la conclusión de que sí: soy sincera cuando digo "no me importa la vida de los creadores". No me importa porque no me incumbe. Siempre está bien saber que un artista cuya obra te satisface tiene además grandes virtudes como ser humano (o lo que tú consideras grandes virtudes). Pero es innecesario conocer ese tipo de datos para disfrutar de la obra. De hecho, me atrevo a decir que es contraproducente.

Y en cualquier caso lo siento, pero me parece penoso oírle decir a gente que se supone inteligente cosas como "no escucho a X porque me cae mal". Eso no son argumentos. Y para mí nunca lo serán.

25 octubre 2008

Tarde de viernes

Me encierro en el salón, la puerta cerrada para que no escape el calor, como atrincherada en el pequeño rincón del mundo, etcétera. El año pasado estaba todavía harta de pasar frío en casa. Este año estoy harta de gastarme una pasta en una calefacción que después no puedo disfrutar. No sale a cuenta.

Me he traído el ordenador aquí, al sofá, con lo cual no tengo ni la obligación, como antes, de levantarme y atravesar el pasillo para mirar el correo. En estos… ¿cuántos? ¿quince metros cuadrados? me puedo pasar, me paso, varias horas, hasta días enteros si nadie lo remedia, si no lo remedio yo. Pongo la tele y veo el tenis, episodios sueltos de alguna serie mala, anuncios, y después abro el correo otra vez, me doy una vuelta y leo en la wikipedia qué pasó en 1989, hace diecinueve años. Me acuerdo de muchas de esas cosas, vi muchas de aquellas películas y las finales femenina y masculina de Roland Garros.

La mesa baja es demasiado pequeña para contener los restos de la actividad indolente de toda una tarde tapada con la manta, el vaso de agua, el cenicero, el cola cao, los mandos a distancia, las últimas pelis compradas y todavía envueltas en celofán (Rocky, El silencio de los corderos, Tiburón).

Este día no pasará a la historia. Tres comentarios en tres blogs. Un teléfono que no llegó a sonar a tiempo de evitar la tristeza o el enfado. Un texto sobre tenis que nunca verá la luz.

Estos días les cuento a mis alumnos lo importante que es tener una idea, lo inútil que es ponerse a escribir sin tenerla. Después les pongo ahí, con el papel y el boli, a buscarla. Deambulan por sus hojas en blanco, sus cerebros también en blanco, y con dos cojones son capaces de contar algo que yo aquí, con mi papel en blanco, mi mente en blanco, mi vida tal vez en blanco, no soy capaz de contar. Mierdas de historias mucho mejores que la que yo jamás escribí.

Supongo que en eso consiste ser un buen profesor. En conseguir que tus alumnos hagan lo que tú no pudiste hacer. Que sean lo que tú no pudiste ser. Lo que quieran. O tal vez solo conseguir que lo sepan.

Ahí enfrente, en la pared, Travis Bickle avanza hacia mí, las manos en los bolsillos, congelado en un paso. Mira al suelo. Su soledad y su vacío me inspiran. Yo también puedo ser lo que quiera. El día que lo sepa.

19 octubre 2008

Estoy cabreada

Mi casa parece tener un proceso autónomo de desorden progresivo. No sé qué coño hago, pero me doy el tute de poner fuera de la vista cualquier objeto que moleste, estorbe o desentone, y en un plazo máximo de dos semanas el caos se ha vuelto a hacer fuerte. No entiendo mi propia tendencia (debe de ser mía, puesto que no convivo) a dejar abiertas las puertas de los armarios, los pantalones tirados en la cama de la habitación que no uso, las gotas negras de jamás sabré qué sustancias en el suelo de la cocina. Necesito una esposa. Ah, no, que no están para eso. Carajo. Apenas veo la calle a través de las ventanas.

No entiendo por qué hay blogs que tienen la letra tan poco contrastada con el color de fondo y el tamaño minúsculamente diminuto. Yo no veo bien, uso gafas, vale, pero tampoco estoy cegata y con las gafas creo que mi visión es normal (no estoy segura, no sé exactamente qué es ver "normal", sé que me dejan conducir, por ejemplo). Pero entro en algunos sitios que me obligan a acercarme a treinta centímetros de la pantalla si quiero leer algo, cosa que, dicho sea de paso, no siempre merece la pena. (Si a alguien le parece que la letra de este blog es pequeña o no se ve bien es el momento de decirlo.)

Tampoco entiendo esa moda nueva del facebook. Es que me parece fatal. Te llegan invitaciones de las personas y lugares más peregrinos (la prima que no usa nunca internet, el colega que conociste hace 7 años en un foro literario y con el que llevas 3 sin hablar ni por el messenger). Invitaciones a "ver" sus fotos, no sin antes pasar por el laborioso, engorroso y sobre todo indeseado proceso de darte tú de alta y crear tu propio facebook. A ver. Yo no quiero tener uno de esos. No quiero porque para comunicarme con la pequeña parte del mundo que quiere saber algo de mí ya tengo mi blog y mi cuenta de flickr para mis fotos, no quiero porque no tengo el menor interés en conocer el grupo social de cada una de las personas que componen mi grupo social (si es que a mis cuatro queridos gatos se les puede llamar grupo social). No quiero porque me parece una mierda que te obliguen a dar tus datos para ver páginas que deberían ser de libre acceso, y porque (según he oído), este tipo de grupos (evolución de la evolución de foros, blogs y myspaces), son el mayor atentado a la intimidad que se ha llevado a cabo en internet desde el principio de los tiempos. Entre otras cosas. Qué coñazo dan.

He estado buscando durante toda la mañaña algún sitio donde me vendan un dvd original (me daba igual hasta que fuera de segunda mano) de una película que al parecer está descatalogada. Después de dar vueltas por google (y creo que cada vez soy más torpe haciendo búsquedas, pero supongo que esa es otra guerra), termino buscando el torrent. Dice el programa de p2p que la tendré en una hora. Joder, yo quiero ser legal y no me dejan. Si aunque solo sea por el tiempo que tardaría en llegarme no me compensa. Ahora otra cosa será que los subtítulos estén sincronizados. Si no lo están, cosa de lo más probable teniendo en cuenta que película y subs son cada uno de su padre y de su madre, tendré otro motivo para rebotarme con el mundo.

¿Será por ser domingo? ¿Tal vez necesito salir a que me dé un poco el sol aprovechando que hoy, día 19 de octubre, debe haber algo así como 27 grados en la calle?

Es que no tengo ganas. Coño.

14 octubre 2008

Billy Wilder (una cita)

Soy muy amiga de cierto tipo de citas. En eso mis gustos son como en cine, música o literatura, al final le pido muy pocas cosas a la vida: que no me amarguen la existencia, que no me hagan perder el tiempo, que me den un buen resumen de ciertas cosas que he vivido o que puedo vivir algún día o que no he vivido pero podría haber vivido o que nunca podré vivir, para entender lo que vivo y de paso hacerme una idea de todas las otras vidas posibles.

Me gustan las citas que me hacen pensar, las que me hacen reír con un fondo de amargura, las que demuestran que su dueño (o su autor, porque luego ya cualquiera se convierte en su dueño, cualquiera que las lee y las hace suyas en cualquier sentido) tenía una visión del mundo particularmente afinada. O afilada.

Bueno, así era Billy Wilder, por si a estas alturas alguien no lo sabía. Hoy, leyendo un extenso artículo sobre su vida, no he podido menos que apuntar lo que dijo cuando alguien le hizo la observación de que era el único habitante de Hollywood cuya familia había muerto en Auschwitz:

Están los optimistas y los pesimistas. Los primeros acabaron gaseados. Los otros tienen piscinas en Berverly Hills.

Ese sabor amargo pero siempre irónico es lo que me gusta de Wilder. La forma en que consideraba al ser humano una amalgama de rasgos ni limpios ni morales ni desinteresados. Me gusta cómo es capaz de darle siempre la vuelta a todo y mostrar la ambigüedad del otro lado, y sobre todo el modo en que consiguió aprovechar lo duro, lo enfermo, para hacernos reír pero sin dejar que nos olvidáramos de pensar.

Una vez asentado en Hollywood, volvió a Viena para ver a su familia, sobre 1938. Y volvió preocupado porque vio que allí nadie se daba cuenta del peligro potencial que suponía para los judíos el ascenso político del partido nazi alemán. Esa frase de ahí arriba es su forma de resumirlo. Y me parece un prodigio de síntesis, de ironía, de amargura y de penetración social.

Ahí os queda, para que penséis un rato.

06 octubre 2008

Otro otoño

El tiempo pasa, las estaciones se suceden, cada vez de forma más caótica y desordenada: llueve cuando debería hacer sol, hace sol cuando debería hacer viento, nacen las flores cuando deberían caer las hojas. Todo aquello que parecía inalterable es de hecho lo único que cambia, mientras que lo variable permanece intacto e indiferente. No parece una actitud muy inteligente esperar que los elementos se comporten como siempre lo han hecho. Llevo un tiempo aprendiendo solamente que lo inesperado es lo único posible. Pero no lo aprendo. Es una lección difícil.

Con el curso empieza un año más de incertidumbres. Volveré a llenar mi tiempo de planes y listas de tareas por hacer, volveré a perderlo en actividades inútiles y a solucionar los asuntos en el último minuto, volveré a decir que la próxima vez lo haré de otra manera.

Tengo una relación rara con las teclas últimamente. No escriben las palabras que quiero decir. También es cierto que quiero decir muy pocas.

29 septiembre 2008

Bueno...



Solo es la muerte.

25 septiembre 2008

Centauros del desierto (The searchers, John Ford, 1956)

(Y con el otoño habrá que ir pensando en volver…)

Me da bastante rabia buscar información y opiniones sobre una película y encontrarme con términos como "magistral interpretación", "obra maestra", "papel magnífico", "soberbia fotografía".

No digo que yo no los haya usado o los vaya a usar alguna vez, es cierto que a veces el entusiasmo añadido a la falta de imaginación o de creatividad nos juegan malas pasadas. O que al final tampoco es que andemos sobrados de expresiones para describir ciertas cosas. Pero jode verlo. Intentaré minimizar los daños de ahora en adelante, espero haber aprendido la lección.

En fin. El caso es que me he puesto a hacer los deberes atrasados (los divertidos, por ahora, no nos pasemos) y he visto una de John Ford por fin. Que ya era hora. Y ha sido Centauros del desierto.

Una de las críticas que he sobreleído (de Film Affinity, no pongo el enlace concreto por no buscarlo y porque es la primera que sale, quien sienta curiosidad que lo busque en google) me ha gustado porque dice sin pelos en la tecla que tanto ponerla por las nubes sin el mínimo rastro de intención crítica, de forma casi automática, es una vergüenza. Hombre, meterse con que en la ficción el Monument Valley lo colocan en Texas me parece una tontería (para el caso podríamos protestar porque los indios que vivían allí entonces eran navajos y no comanches). Para eso está el cine. Pero tiene razón en lo del desarrollo psicológico del personaje de Debbie (Natalie Wood, la niña raptada por los comanches). No es que tenga razón exactamente, porque dice "menos definida que un cuadro de Miró", como si ahora la abstracción tuviera que ser "definida", pero sí tiene razón (o yo se la doy, por mi parte) en la idea que pretende transmitir con tan desafortunada comparación. El caso es que como ejemplo vale. El personaje es una pura anécdota. Un macguffin. Pero al final hay que rescatarla, que si no, nos perdemos la clave de la redención de Ethan, el protagonista. Lo que viene a decir es que fallos, tiene, y que una obra maestra tiene que ser perfecta y redonda en todo. Pues bueno.

Esto me ha hecho pensar en qué se considera obra maestra, por qué y por parte de quién. Bueno, es un tema que me planteo muy a menudo.

¿Es una obra maestra una creación que te toca "algo" en algún momento? ¿A ti y a cuántos como tú? ¿Necesitas una enumeración exhaustiva de dieces en guión, preproducción, realización, interpretación, fotografía, montaje y hasta distribución, mercado en dvd o calidad de los subtítulos de Asia Team? ¿Necesitas el respaldo de treinta nominaciones a treinta diversificados premios internacionales, y a ser posible algún muñequito dorado anexo?

No sé. Había leído por ahí que la última de Batman era la rehostia (sí, lo de obra maestra también) y menudo truño que tuve que aguantar a costa de la tontería. Cago en todo, valiente tostón.

En fin. Empecemos otra vez, que me voy por los cerros de Úbeda (y total, para lo que me sirve).

Lo que me ha gustado de la película:

Los exteriores impresionantes, ahora tantas veces vistos pero siempre sorprendentes, filmados con buen ojo y fina sensibilidad (y esto intentando no caer en ningún tópico, eh, me estoy luciendo). Y además fue prime. Si hasta tuvieron que llevar el agua e instalar postes eléctricos. Lo he visto en los extras.

(Los recuerdos de mi infancia. Sí que había visto pelis de Ford. Pero tenía diez años y no sabía quién era Ford.)

La amargura, la soledad, la violencia y la obstinación cerril del personaje de Ethan Edwards (John Wayne). Casi el hecho de que no tengan explicación es lo mejor de todo, si lo piensas bien.

La forma tan sutil en que nos muestran al perdedor: de la guerra, de la chica (Martha, su cuñada, y él están enamorados pero por algún motivo él se fue y ella se casó con su hermano), de la familia.

La sensación que se me quedó por dentro de comprender al nómada, que vaga sin descanso y sin posibilidad de regreso (no hay donde regresar), como el alma del guerrero indio muerto al que arranca los ojos de dos disparos cerrándole así las puertas del paraíso.

Los paralelismos: entre el protagonista y los indios a los que odia (sin que se sepa muy bien por qué, ya que tan bien los conoce); entre las situaciones que vive Ethan y las que vive Marty, su compañero y casi alter ego (que también deja a su novia sola en casa, y también está a punto de perderla en brazos de un hombre más 'arraigado', aunque más soso); la novia india de este mismo Marty, que adquiere a cambio de unos sombreros sin saberlo; el ansia de venganza por la pérdida de los seres queridos, especular en el indio y en el vaquero (así se dividían cuando yo era niña: indios y vaqueros. ¿No?)

Los momentos cómicos e irónicos, como la rivalidad entre Ethan y el reverendo/capitán de los rangers o gran parte de la secuencia de la novia india de Marty.

Lo que no me ha gustado:

Que sus 115 minutos de duración se me han hecho largos, lo que atribuyo a un montaje un poco farragoso, hecho paradójicamente unido a un guión que por momentos se queda como incompleto.

La poca definición de algunos de los personajes, incluso del protagonista, difuso, en especial en el cambio de orientación de su sentido de la humanidad, conmovedor pero poco comprensible. Y muy especialmente el flojo personaje de Natalie Wood ya mencionado.

La música, demasiado estridente y empeñada en subrayar, aunque le reconozco su uso casi narrativo (o sin casi, lo que la hace un poco… ¿formalista? ¿John Ford? Esto sí es un sacrilegio, eh…)

Total. Que no sé con qué quedarme. Tal vez esperaba mucho más de la tan perorada epopeya. Pero para mí que va a ser una de esas pelis que se te quedan dentro dando vueltas y vueltas y vueltas…

10 septiembre 2008

Silencio

Uno de los elementos que le dan más peso a mi bolso es un bloc en el que suelo apuntar cosas. Esas frases que apunto a veces me sirven para después trasladarlas aquí y otras veces se quedan solo como recuerdo, anotaciones sueltas sin importancia.

En todo este verano no he apuntado en el bloc ni una sola palabra. No tengo nada que contar.

De todos modos, el bloc no lo suelto. Por si acaso. No vayamos a perder la esperanza.

21 agosto 2008

Vivo

Y... ¿cuánto tiempo hace que no escribo aquí? ¿Una eternidad aproximadamente? Es que he estado muy liada, he tenido oposiciones (ah, que no lo había comentado), y además, claro, estoy de vacaciones, tengo la suerte de tener un sitio para irme a medio descansar donde no hay internet ni nada, y no tengo ni la decencia de avisar, más que nada por si me da un día, como hoy sin ir más lejos, por volver en el medio de las mismas y soltar una parrafada sin puntos seguidos ni puta que los parió, aunque ahora, para joder, meteré un punto y aparte y ya vuelvo a la normalidad en el siguiente párrafo.

En fin. Que este verano tan raro sigue avanzando y van pasando fechas. Primero eran las opos (mal, pero ahí estamos, por lo menos conocí Ciudad Real y tuve un finde de regalo en Madrid que me sentó de maravilla), después las fechas clave eran los conciertos de Bruce de Madrid y Barcelona, que eran como los hitos del verano, o algo muy parecido (me lo pasé muy bien y me acuerdo de ellos con nostalgia y emoción y se quedarán, como los de noviembre, en la carpeta de "Cosas que nunca jamás debería olvidar"), después el pueblo y la familia, días de no hacer gran cosa y dedicarme, como en la infancia, a dejar pasar el tiempo, a dormir más horas que un lemur y a charlar de intrascendencias con la gente de toda la vida. Después las fiestas del pueblo, con el inevitable cordero al horno, los postres dobles y triples y las panzadas a fregar cacharros, y las visitas de familiares lejanos de los que no conoces el nombre, las alegres presencias de las personas queridas, de personas cada vez más queridas. Ahora viene una semana de vacaciones por ahí, cosa que hace años no disfruto y supongo que será por eso que tengo tantas ganas, y mi cumpleaños, que me pillará no sé ni dónde ni haciendo qué y eso es lo mejor de todo. No sé qué será de mí en septiembre, ni mucho menos en octubre, pero ahora mismo no tengo ganas de pensar en eso. Solo tengo ganas de seguir pasando los días así, con cosas pequeñas para llenarlos, y después... después ya veremos.

A los pocos que se arrimen aquí a leer les deseo un buen resto de Agosto. Nos vemos a la vuelta, supongo.